Isabel Cristina había sufrido fuertes dolores en su vientre que pensamos de inmediato que se trataba de contracciones de parto, la rápida llegada del doctor Noriega estabilizó los espasmos, y pronto cedieorn los dolores, tranquilizandola, pero la piel de nuestra huesped parecía adquirir el color verdoso que mi hermana acababa de perder.
Isabel Cristina quedó inconciente sobre su lecho debido al cedante que le administrara el doctor, sin embargo mi hermana mostraba mejoría sorprendente, volvía a levantarse de su lecho, un poco demacrada pero con mejora visible a su anterior estado, sonreía y sus ojos llenaban de luz el hambiente tan rancio en el que nuestro hogar reinaba.
—La ciencia se limita ante las dimensiones de dios… o del demonio —dijo el doctor—. Lo que está sucediendo no es cosa de la medicina, Marco. Las fuerzas obscuras se han apoderado de tu entorno.
Caminé despacio hasta la ventana y pude observar el cielo, esta noche no amenazaba la lluvia, pero la luna y las estrellas brillaban, sentí alivio de que no fuera una noche “completamete obscura”.
8
Antes de retirarse, el Doctor Noriega depositó en mis manos un viejo sobre manila, sellado con cinta adhesiva. Me encerré en la biblioteca para descubrir con detenimiento su contenido. El recinto estaba en desorden, yacia tiempo que no osamos en mover el tesoro preciado del tío Camilo: sus libros.
Vacíe el contenido del sobre en el escritorio, se dejó ver una fotografía en blanco y negro de mis padres, abrazandose sonrientes.
Autor: Martín Guevara Treviño
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