Llegué hasta el pasillo superior y pude ver la habitación del fondo, una estancia sombría y tétrica, podía ver un gran libro abierto y viejo sobre una mesa. Una voz estruendosa proveniente a la vez de todos lados y de ninguna parte me detuvo en seco. “Esté lugar no es tuyo, aquí vive Dios”. Corrí huyendo del lugar, mis zapatos terminaron por desgarrarse mientras avanzaba en mi carrera. No supe el momento en que me vi en el umbral de una iglesia a lo alto de una loma, corrí hasta brincar una pequeña barda de madera y fui a dar a un gran solar lleno de toros grandes y con puntiagudos cuernos que me miraban como a su presa, corrí, corrí sin parar hasta llegar a la puerta de una vivienda modesta de puerta blanca. Llamé con deseperación a golpes fuertes, grité desesperado: ¡Hermana!
Desperté sobresaltado por el ruido que produjo la puerta de la tienda al cerrase, miré desconcertado hacia la salida y no había nadie, recorrí los pasillos y todo estaba desierto de personas. Algo extraño había en el suelo, junto a la puerta, un pequeño envoltorio hecho de tela y amarrado con un liston rojo. Despacio me agacho a revisarlo, colocandolo sobre el mostrador. Me quedé perplejo cuando descubrí al desenvolver la tela y encontrar un cúmulo de gusanos retorciendose encima de ellos mismo.
Sin pensarlo siquiera salí de la tienda por impulso y crucé la calle, entrando en el local donde leian el tarot.
Autor: Martín Guevara Treviño
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