Eran las doce con cincuenta y cinco minutos de la noche cuando me encontraba corriendo por las calles de la ciudad. Algunas gotas aisladas de la lluvia cayeron en mi rostro. Al acercarme a la iglesia me detuve para tomar aire y poder entrar en mis cabales. Me sorprendió ver en cuestión de segundos, un esqueleto que volaba por encima de la parroquia. Como un rayo, la imagen se esfumo, y lo atribuí al descontrol de mis nervios. ¿Qué otra cosa pordría ser?
Llamé con tanta insistencia que me pareció que casi derribo la puerta. El sacerdote Bartolomé sonrío al reconocerme, embutido en sotana me invito a pasar. Recorrimos el área de misas y llegamos a una pequeña oficina con un escritorio y una silla, a espaldas de éste se encontraban muchos libros acomodados en estantes.
—Sabía que regresarías —hizo alusión a mi anterior visita—. Pero nunca creí que fuera tan pronto.
—Necesito de su ayuda —le mencioné—. Estoy mal de los nervios. He dejado mi profesión por culpa de la inseguridad y del temor a algo desconocido. Las pesadillas me atormentan. No logro saber si algo de ésto es real o una mala jugada de mis tormentosos sueños.
Su mirada penetró a la profundidad de mi ser, como si me conociera mejor que nadie.
—Todo fue real. La matanza de las mujeres brujas. Y la maldición que cayó sobre tu familia por esconder algo que no les pertenece.
—No logro comprenderlo, padre.
—La tragedia de tu tío. Tu desequilibrio nervioso… y lo que está por venir.
Autor: Martín Guevara Treviño
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