Y así facilitado por entero a las maléficas circunstancias de las cuales ya no soy dueño del mando, y libre están de representarse, con la facilidad de un ladrón a quien se le ha dejado la puerta abierta. Estoy a su merced. Ahora por completo en los dominios de Morfeo, que venga la tragedia que acecha noche tras noche. Mis inevitables pesadillas.
La oscuridad de la noche no permite mi visibilidad al cien por ciento, me ayudo con los repentinos rayos de luz de luna que se filtran por la enramada en éste camino boscoso. No sé a donde me dirijo, no se donde estoy, pero sé que tengo un destino a donde debo llegar.
A lo lejos frente a mi, logro vislumbrar a una mujer vestida de blanco, con ropa de dormir. Se encuentra un tanto despeinada, esta colocada de tal forma que me da la espalda, no logro verle el rostro. Distingo como se recuesta en el suelo de tierra, justo ahí donde se cruzan los caminos. Detengo mi andar para estar a la mira de la situación, es algo anormal ver como esas aves nocturnas revuelan sobre ella, son lechuzas. Aves que aparecieron de la nada como zopilotes sobre un cadáver. De repente los árboles que están cerca de la mujer comienzan a arder en llamas, de forma inexplicable, el crujir de los arboles siendo devorados por el fuego, ese ruido llena mis oídos. Y toda la escena queda en medio de humo y fuego, las aves han desaparecido, pero hay alguien más en ese circulo de fuego, que no logro distinguir.
Continuará…
Autor: Martín Guevara Treviño
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