Trato de distraer mi mente con la lectura, pero es imposible. En la medida que paso mí vista por las letras de Carlos Monsivais, no logro concordar una sola idea. Vuelven los pensamientos en torno al conflicto de la identidad de nuestra huésped. ¿Quién es en verdad ella?
Reacciono al sonido de unos pasos. Simona llega ante mí, preocupada por mi salud. Le hago saber que me encuentro bien, (miento, aún me encuentro debilitado y sin fuerzas), ella me recomienda tomar cama para descansar, a lo cual estoy de acuerdo, tal vez en la soledad de mi habitación pueda acomodar todas las ideas, y a la vez encontrar luz entre tanta confusión. Por el momento no pienso informarle a nadie lo que he leído en la carta. Hoy es día miércoles, y la mencionada, Isabel Cristina, llegará a casa hasta pasado mañana, así que aprovecharé el tiempo para resolver las incógnitas antes de despertar una incertidumbre colectiva entre los habitantes de ésta casa.
Con la cama preparada, me recuesto para tranquilizarme. Cierro los ojos y al instante una pesadumbre va cayendo sobre mí, como si el aire fuera de una densidad capaz de cortarse con un cuchillo. Un sopor tan pesado cae sobre mi. Al mismo tiempo siento una tranquilidad que me acongoja, como si no fuera deseada la paz. Lentamente me va envolviendo el sueño, y mi cuerpo se entrega por completo a la irreflexión de esa dimensión desconocida que es el inconciente, aflorando en el límite del sueño y las indeseable pesadillas.
Autor: Martín Guevara Treviño
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