Y ella mirándome con fijeza, casi podría asegurar que su mirada intensa podía adivinar mi aturdimiento, el cabello caído sobre sus hombros, lleva puesta una bata de dormir. Vuelvo en una fracción de segundo a la realidad. Elisa Carpe está junto a mí, sonriéndome.
—¿Qué lees?
—Los rituales del caos, de Carlos Monsivais. La noche no me ha dejado conciliar el sueño, y me he refugiado en la lectura.
Ella se acerca a la ventana que hace unos momentos yo mismo cerré y observa difícilmente las siluetas de lo externo, ya que con el agua chocando contra el cristal, es imperceptible el exterior.
—Es una noche terrible. El cielo no ha dejado de quebrarse con tanto trueno —sonrió un tanto desanimada— Solo espero que cese para el amanecer. Esto parece una noche de infierno.
Sus palabras me sonaron como presagios malignos, su voz conocida y olvidada en mi subconsciente pronunciaba lo que seria un apocalipsis en mi propia casa. Y aquí empieza la maldición que las mujeres muertas, las masacradas, lanzaron contra las generaciones de asesinos.
Se acercó lentamente y se sentó en el sofá al lado, posó su mirada en el horizonte como si logrará ver algo a través de las paredes. Por primera vez pude apreciar su rostro con detenimiento, pude saber lo hermosa que es y que goza de una piel lozana.
—Marco. Hay algo en ti que me interesa.
Cuando escuche sus palabras, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, mientras veo como su sonrisa y su mirada las dirigía a mi rostro.
Autor: Martín Guevara Treviño
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