Escudriñaba los orígenes de mi remota felicidad entre las páginas miles y extensas de los polvorientos manuales de historia. La historia de nuestra vida se ha ido formando poco a poco, y se va escribiendo con cada paso que vamos dando, con cada logro, cada deseo satisfecho, cada curiosidad resuelta, cada rechazo emocional, cada error cometido, cada hierba nueva pisada, cada nuevo camino por recorrer y cada camino ya recorrido. Aquel libro me revelaba pasos que aún no había dado, caminos que se me abrían para ser recorridos, hierbas que nunca antes había pisado, la revelación de un error que hasta entonces había estado cometiendo, la aceptación de un sentimiento nuevo, nuevas curiosidades y nuevos deseos satisfechos, un nuevo logro: había descubierto qué era para nosotros, para mí, para ti, para él, para todos, el arte de las palabras, el arte de las expresiones lingüísticas por medio de trazos de plumas en papel, de teclas sobre placa plana, de boca sobre oreja. Así, feliz, satisfecho y cansado al mismo tiempo, cerré el libro estropeado por los años y regresé a casa. Estaba nutrido, me sentía con fuerzas para llegar a todo y, por encima de eso, consolado.
“La literatura nutre el alma y la consuela”.
Voltaire