El banco que nos concernía aquella mañana estaba plagado de agua, restos incansables de la lluvia que había atacado los suelos de aquel patio en el que nosotros nos encontrábamos sentados, conversando. Tuvimos que hacer esfuerzos, sudar lágrimas rojas para secar aquellos bancos de hierro pintados de verde, que, por culpa de la pintura, no se habían llegado a secar desde que cesó la implacable llovizna de la mañana. Entonces, sentados ambos, después de un delicioso almuerzo y antes de someternos al arte del estudio filológico, conversábamos de diversos temas, hasta que, de cualquier manera, resurgió de sus cenizas el tema de la poesía, enterrado horas antes por el delicioso menú del día. A partir de ese debate acerca de la poesía y del arte de escribir versos más o menos bellos, él dijo, y yo escuché.
“El que sabe leer bien un verso, quizá no pueda escribir un poema, pero es capaz de hacer poesía”.
Juan Diego (semidiós, semifilólogo y gran persona).