Fue como una revelación. Como eso que los cristianos, los católicos y todos los de su calaña llaman Revelación, así, con mayúsculas, y a partir de entonces consideran que han llegado a la meta más difícil de alcanzar. Estaba yo allí, quieto, expectante, paralizado por la belleza del lugar y de lo que veía, cuando lo presencié. Cómo bajaba por las escaleras, cubierta de un polvo blanco que se agitaba con su caminar, cómo sacudía los restos de fealdad para hacer resplandecer toda su hermosura con el simple giro de cabeza que tanto, tantas veces, la caracterizó. No logré que me mirase, me limité a sonreír por si se daba la oportunidad de que se acercara, gracias al azar, hacia donde yo estaba, pero todo pude verlo desde lejos. Se acercó al grupo que la esperaba, también quieto, expectante y paralizado por la belleza de sus alrededores, todos al borde último del último escalón de aquellas escaleras que más me parecieron un abismo. Besó al que aguardaba su ansiada llegada, ese que estaba más adelante y al que todos los demás rodeaban. Entonces sentí una punzada en lo más profundo del subsuelo de mi corazón, pero, cuitado, me contenté con haber visto semejante hermosura, y por un instante fugaz experimenté una sensación de mentira, una mentira imprevisible, mentirosa, y sin embargo, cierta: me estremecía, meditaba, soñaba, me desvanecía dentro de mí mismo sin saberlo. Llegué a mi humilde morada y no hice otra cosa más que pensar, recordar su bajada delicada por aquella escalonada, con su vestido de pureza y sus cabellos de ángel. Y dormí después de guardar en mi memoria la imagen de aquel lienzo.
“El arte es una mentira que nos acerca a la verdad”
Pablo Picasso