¿Alguna vez os habéis hecho la pregunta de cómo es verdaderamente el oficio de pianista? Todo el mundo, sobre todo los que no son músicos, dicen que para ser pianista hay que tener un don. No es cierto. Bien es verdad que cierta facilidad para la música, y en concreto para el piano, no viene nada mal, pero no es absolutamente necesaria. Lo que sí es necesario es tener oído musical. Pues bien, muchos piensan que el que toca bien el piano, ese que tiene buen oído musical, lo que tiene es arte. Para nada es cierta esta afirmación: el que toca bien el piano, el buen músico, es aquel que trabaja constantemente sobre sus dedos, sobre sus manos, sobre los pilares de la música, sobre las posiciones en el teclado, sobre el control del sonido mediante las palmas de las manos, ése es el buen pianista. Y cuando el tiempo pasa y ese trabajo se deja de lado, esa labor diaria e intensa no sirve de nada, y el otrora buen pianista va perdiendo calidad, va perdiendo sonido, va perdiendo técnica, hasta que llega el momento en que, de todo lo que aprendió, sólo queda la teoría. Eso es lo que nos enseña la frase de este martes, que, si bien no está dedicada en exclusiva al arte, está vinculada directamente a una de estas grandes manifestaciones del alma íntimo.
Cito parafraseando, no textualmente, y de memoria, por lo que es posible que me equivoque en algunas palabras, pero la idea es la misma.
“Hay que estudiar a diario. Dejo de estudiar un día y lo notan mis dedos; al segundo día lo nota el piano; pero al tercer día lo nota mi público”.
Arthur Rubinstein (pianista).