Una noche, sin nada mejor que hacer, me senté en un bureau y quise reflexionar sobre qué es el arte para la gente, qué es el arte para el mundo, y qué es el arte para mí. ¿Qué es la literatura? ¿Cuándo se puede decir a ciencia cierta que un autor es realmente literario? Entonces, buscando y buscando una solución a mi problema, encontré una cita increíblemente reveladora. Decía ésta que podemos ser nosotros mismos autores clásicos, si con nuestros escritos conseguimos que dentro de cien años la gente nos lea. Fue una verdad como un templo la que descubrí aquel día.
Magnis itineribus me puse a trabajar, queriendo lograr ese clasicismo en mis textos, tal había sido la impresión que aquella cita produjo en mí. ¿Llegaremos a ser, alguno de nosotros, autores clásicos? Quién sabe, habrá que averiguarlo. En cualquier caso, no hay tiempo que perder…
Tomé mi pluma y anoté, con satisfacción, la cita que había leído en un folio que, entonces, estaba en blanco, y entonces, se llenó de vivo color negro. No hay tiempo que perder. No hay tiempo que perder…
“¿Qué es un autor clásico? Un autor clásico es un reflejo de nuestra sensibilidad moderna. La paradoja tiene su explicación: un autor clásico no será nada, es decir, no será clásico, si no refleja nuestra sensibilidad. Nos vemos en los clásicos a nosotros mismos. Por eso los clásicos evolucionan: evolucionan según cambia y evoluciona la sensibilidad de las generaciones. Un autor clásico es un autor que siempre se está formando. No han escrito las obras clásicas sus autores; las va escribiendo la posteridad.”
Azorín.