Estaba, entre tanta música, tantos ruidos y tantas horas de clase, con una capa de agobio sobre él y no podía, por tanto, responder de sí mismo ante aquella situación. Sentado en la primera fila de una clase de Composición, no hacía otra cosa que pensar en cómo sería este curso para él, en cómo pasarían los meses, si lentos o rápidos, si entretenidos y divertidos, o aburridos. Sus compañeros, y compañeras, también se pasaban de un lado a otro del pensamiento esa idea. Pero fue entonces, en la luz del resplandor que dejó tras de sí una hermosa frase, cuando se le abrieron los ojos y, por primera vez en un buen rato, sonrió de corazón. Fue al escuchar partir desde los labios de su profesor una frase ingeniosa referida al arte de la composición. Ese alumno, sin más preámbulos que describir, era yo. Y esa frase, ingeniosa y certera como ella misma, fue la siguiente:
“Para algunos, ingenuos, la composición es un arte, un don. Para los compositores es una artesanía”.
Servando Valero (profesor de composición).
Como antiguo compañero de pupitre de Servando, entiendo muy bien por dónde va esta frase, y la suscribo. Querer llegar al arte saltándose el artesanato puede funcionar (y de hecho funciona muy bien), pero los resultados suelen tener una fecha de caducidad muy cercana…
Vaya, un compañero de clase de Servando. No sabes cuánto me agrada dedicarte estas palabras, Pepe. Un honor haberte recordado ese tipo de reflexiones. «Querer llegar al arte saltándose el artesanato puede funcionar, pero los resultados suelen tener una fecha de caducidad muy cercana». Creo que acabas de decir una frase digna de esta sección.
Un saludo.
Jorge