De rodillas junto a aquel extraño, Jhonny Bourbon pudo sentir el olor a pólvora y a carne quemada. Aquel disparo era reciente y al hombre tumbado en la moqueta le quedaban escasos momentos de vida.
– ¿Tienes un cigarro? – dijo el hombre jadeante, luchando por respirar.
Jhonny rebuscó en los bolsillos de su gabardina hasta que dio con el paquete. Le colocó el cigarro en la boca y mientras rebuscaba por toda la gabardina el paradero del mechero le preguntó:
– ¿Quién eres y quién coño te ha hecho esto?
– Eso no importa ahora, no tenemos tiempo. Aquellos tipos, los que me han disparado, andan detrás de una cinta muy importante, una cinta cuyo contenido puede levantar viejas ampollas. No quería decirles donde la tenía escondida y me han pegado un tiro. Tiene que ayudarme, has de encontrar esa cinta antes de que la encuentren ellos.
– ¿Y donde está? ¿conocía al señor Buendía?
– La cinta está escondida al final de la calle, donde las aguas se juntan, bajo las faldas de los juncos morados.
– ¿Qué coño es esto? Una puta adivinanza
Al decir esto Jhonny encontró el mechero y se lo acercó a la boca de aquel individuo. Pero este ya no fumó nunca más, acababa de morir.
Jhonny se levantó de un salto y rebuscó entre su ropa. Aquel tipo no llevaba documentación, la situación era insoportable. Volvió a mirar a aquel individuo detenidamente y sus ojos se desviaron hacía una de las uñas donde una telilla roja parecía haberse enganchado. La examinó por un momento y comprendió que todo estaba misteriosamente conectado.
Unos pasos se escucharon por el pasillo y Jhonny Bourbon saltó por la ventana cayendo sobre un gran montón de estiércol. En aquel momento solo se le ocurrió decir: “Ahora si que estás de mierda hasta el cuello”
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Cuando Gines Martínez entró en el despacho del señor Buendía y vio que en el suelo yacía muerto el cuerpo de un hombre, sintió mil puñaladas de rabia atormentándole el corazón. La luz de la mañana incidía sobre el cuerpo del difunto y la sangre derramada en la moqueta adquiría un brillo mortecino y sucio.
El cadáver estaba completamente revuelto, alguien había estado husmeando en sus bolsillos. El ambiente estaba viciado por el olor a sangre, pólvora y tabaco y todo cuanto había alrededor estaba patas arriba. La disposición del cadáver y la herida de bala fue un gran hallazgo para Gines Martínez. Los hechos que le hacían tener tales ideas era que aquel tipo no lo habían asesinado de forma planeada, había sido un error, un encuentro casual.
A primera vista la causa de la muerte viene siendo la herida de bala, pensó Gines, y el que disparó es el mismo que mató al tipo del bar. De eso no tengo pruebas pero es una corazonada y yo siempre acierto con mis corazonadas. Eso me da de pensar dos cosas. Una es que el asesino no sigue un patrón determinado a la hora de acabar con sus victimas, de lo contrario este individuo hubiera muerto por la herida de una flecha y llevaría una inscripción escrita con sangre sobre el pecho. Y la segunda hipótesis es la que ya me he planteado. Este individuo se convirtió en una amenaza o estorbo, en algo que había que eliminar rápidamente para evitar problemas, por lo que el asesino no tuvo tiempo de planear el asesinato perfecto y se conformó con un simple disparo. No me cuadra. He conocido a muchos asesinos en mi vida y este tipo es de los elegantes, un asesino dandy por decirlo de algún modo. En todos sus crímenes buscan la elegancia mezclada con tópicos de antaño, algo que no deje indiferente. En el caso del bar el individuo tuvo la elegancia de desnudar a su victima y dejar toda su ropa perfectamente doblada sobre una silla, y el tópico de antaño fue el asesinar con una flecha, ¿Quién asesina hoy en día con una flecha? Ya lo veo claro, me quedo con la segunda hipótesis. El asesino ha matado por pura supervivencia, eso le ha hecho romper su patrón de conducta por lo que estará realmente furioso, deseando de volver a matar a su estilo, con toda la elegancia del mundo.
Gines Martínez abandonó la habitación fumando un cigarrillo, satisfecho por la deducción que acababa de hacer. Entonces comenzó a marearse, se había olvidado de la herida de bala en el brazo y había perdido mucha sangre. Tambaleándose buscó una cabina de teléfono pero no la encontraba. Finalmente calló inconsciente sobre el pasillo.