Asesinato a doble espacio (Capítulo 7)

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No era la primera vez que Gines Martinez se encontraba en medio de una situación difícil. Los golpes en la puerta cada vez eran mayores y en unos segundos la puerta cedería dejando paso a los asaltantes. Es por eso que el policía había hecho trinchera en la cama y apuntaba con su revólver a la puerta esperando cualquier símbolo de movimiento para disparar en el acto.
Recordó su estancia en Italia, cuando una noche de crepúsculo lluvioso se vio en medio de un tiroteo y una de las balas le hirió en el costado dejándole una cicatriz de por vida, recordándole los peligros de su profesión. Pero ahora estaba en Madrid, la herida cicatrizó hace tiempo y sus ganas de vivir eran enormes.
Por fin la puerta se abrió y una gran ráfaga de proyectiles atravesó la habitación dejando un fuerte olor a pólvora. Por suerte no estaba herido.
Incorporándose acertó a vaciar medio cargador sobre la puerta. No le dio a nadie, pero era símbolo de que no se rendiría tan fácilmente.
La segunda ráfaga volvió a sonar y esta vez los proyectiles pasaron muy cerca de su cabeza. Se encendió un cigarro y volvió a respirar. A pesar de la distancia, pudo sentir como una de sus balas se incrustaba en el pecho de alguien y un sonido ahogado sonó desde el pasillo del edificio.
Estaba sudando y su corazón latía con más fuerza que nunca.
Por un momento todo quedó en silencio y Gines percibió una especie de susurro del exterior. Volvió a soltar un par de disparos, pero ambos acabaron escorándose en el marco de la puerta.
Entonces otra ráfaga inundó la habitación. Las balas, furibundas, recorrían la corta distancia con el fervor de la sangre, rebotaban en las paredes y destrozaban todo a su paso, pero Gines seguía estando a salvo tras la trinchera improvisada. El sonido de los casquillos sobre el suelo, la gran polvareda creada en el ambiente y la oscuridad de la noche, hacían creer al policía que estaba en mitad de un trance del que pronto despertaría.
Una de las balas dio de lleno en la Foto de Lorena y los cristales arañaron el rostro de Gines. Estaba sangrando pero solo era una herida superficial. Agarro con fuerza su revolver y volvió a disparar. Se estaba quedando sin balas.
Con el rostro abotargado intentó arrastrarse hasta el otro extremo de la habitación abandonando su trinchera. Las balas silbaban sobre su cabeza, hasta que consiguió agazaparse tras su escritorio y desde allí volvió a disparar. De nuevo acertó, ya se había desecho de dos, pero ¿Cuántos eran?
Desde la puerta lanzaron un bote de gas lacrimógeno y la habitación comenzó a llenarse de humo. Gines comenzó a sufrir los primeros episodios de asfixia, ya no le quedaban balas. Volvió a arrastrase hasta su posición inicial y decidió que había que largarse de allí.
Por un momento le pareció curioso que el gramófono siguiera sonando, cuando nadie disparaba se podía apreciar los acordes del Jazz y Gines no puedo contener una risotada al pensar que estaba en el tiroteo con mayor glamour de su carrera.
Consiguió trepar hasta la ventana y alcanzar la escalera de incendio. Con gran velocidad bajó los escalones mientras  desde su ventana, las balas descendían con el único fin de darle directamente en la cabeza.
Corrió por el callejón y de un salto subió en su coche. La noche comenzaba a adquirir la claridad del alba, pronto amanecería.
Saliendo a toda velocidad, se alejó de su edificio con la sensación del que escapa al garrote vil, pero su sensación de libertad se vio ofuscada cuando por el retrovisor divisó a dos coches que le seguían a gran velocidad.
“Esto acaba de empezar” se dijo y encendió otro cigarro y la radio del coche. Sonaban los Rolling Stones con su “Around and around”.
Estaba amaneciendo y la ciudad dormida despertaba ante el telón de acero que se difuminaba sobre las calles todavía mojadas de la noche anterior.
Por el retrovisor pudo apreciar como los dos coches estaban cada vez más cerca. Por suerte, en la guanera tenía un par de cargadores para las situaciones difíciles. Con la pistola cargada se sentía preparado para todo.
Uno de los coches le golpeó desde atrás y todo el coche sufrió una fuerte sacudida. Asomando la pistola por la ventanilla, dejó caer dos disparos a modo de advertencia haciendo retroceder a los vehículos. Pero mientras tanto, el otro coche se había posado a su altura y le goleo desde el lado empujando a Gines al carril contrario donde los primeros vehículos arrastraban los cuerpos de sus adormecidos dueños al centro de la ciudad para ir al trabajo. Tuvo que esquivar a un par de coches hasta volver a incorporarse a su carril.
Era hora de atacar y con gran fiereza embistió al otro vehículo hacía las murallas del alcen. El coche golpeó contra la pared soltando un fervor amarillento en forma de chispas. Y Gines volvió a golpear. Esta vez el vehículo impactó sobre una de las farolas de la vía quedando totalmente inutilizable.
Ahora solo tenía que preocuparse del otro que ya estaba golpeándole en la parte de atrás.
El coche de Gines volvió a dar una fuerte sacudida y de nuevo sintió el silbar de las balas sobre su cabeza. Una de ellas le impactó sobre el hombro haciéndole soltar un alarido de dolor. La sangre le corría por el brazo pero llevaba muchos años de carrera y sabía que una herida de bala en el brazo no era algo de lo que debía preocuparse en esos momentos.
El coche volvió a golpearle lanzando su coche hacía la barrera del alcen. El lado derecho impactó sobre el muro y a punto estuvo de volcar. Pudo ver una salida a pocos metros y escapó por ella. El brazo se le estaba durmiendo y no podía disparar mientras conducía. Cuando vio de nuevo al coche acercarse a gran velocidad dio un fuerte volantazo y salio campo a través pero una de las balas de sus asaltantes impactó sobre la rueda derecha y el coche dio dos vueltas de campana.
Cuando el coche se detuvo estaba totalmente destrozado. Gines estaba todavía vivo y salió por una de las ventanas con el cuerpo ensangrentado. Sirviéndose esta vez de trinchera  su coche con las ruedas hacía arriba, comenzó a disparar al coche que se acercaba para rematarlo. Tenía el brazo derecho totalmente dormido y el izquierdo parecía una maquina escupiendo balas.
Una de ellas impactó sobre la cabeza del conductor y el coche perdió el control dando varios bandazos hasta chocar con una torre de alta tensión. A los pocos segundos el coche explotó dejando una estela de fuego.
Gines Martinez llamó a su compañero explicándole lo sucedido.
A los pocos minutos todo se llenaría de policías pero Gines Martinez no estaría allí para verlo, cogiendo un coche prestado, condujo directamente hacía el hipódromo amparado por un cielo arrebolado. Estaba metido en un caso más difícil de lo que él pensaba…

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