Cuando me siento al piano no soy el mismo, todo cambia, todo fluye, la música me lleva a un mundo de fantasías mucho mejor que el que día a día tengo que vivir, los acordes incesantes de un nocturno de Chopin me llevan de arriba abajo, me conducen, me atraen, tiran de mí, me empujan, llegando siempre hasta el punto máximo de placer que pueda proporcionar la música: un bajo pianísimo, una blanca serena, un silencio de negra, el calderón final y definitivo, la doble barra, el punto. Eso es el mundo, un conjunto de sonidos que vienen y van, que mueven la atmósfera y que estimulan el corazón. Pero es un mundo onírico, el de verdad es como es…
“Es muy simple; cuando uno quiere a una persona puede llamarla por cualquier nombre, que siempre tiene un sentido cariñoso”.
Lin Yutang