Descubre la puerta, al abrirse después de muchos días, un marco perfecto y rectangular, bordeado por una sombra negra, intensa, que se apodera del resto de la sala, y todos pueden contemplar, fervientes, las losas empañadas de polvo, de suciedad las escaleras del fondo del salón, de lamparones las ventanas abiertas durante días de lluvias, y todos los que se asoman a la puerta recién abierta pueden oler, intenso y llameante, el calor guardado durante días y días de desahucio. Vuelven a sentir, después de cruzar placenteramente el umbral del portón principal, blindado, pesado, frío por fuera, caliente por dentro, la calidez reservada de una chimenea encendida ha ya un mes y apagada el mismo día en que todos partieron rumbo a la libertad de observar las montañas nevadas y las brisas frescas de los amaneceres invernales. Las vacaciones, familia, han terminado. Vuelvan a sus debidas labores.
Todos vuelven a sus puestos, todos a sus dormitorios, todos a deshacer el equipaje y a echar la ropa sucia a lavar y a guardar sus pertenencias íntimas, a despejar el neceser, y a colocar el desodorante, el perfume, el cepillo de dientes, todo en su sitio para volver así a la vida normal post-vacacional, pre-exámenes. Mira uno por la ventana de su dormitorio, aquel que lleva tanto tiempo sin sentir impregnado su olor corporal de noche y por las mañanas, aquel que lo protege de las lluvias y del frío intenso del exterior, y piensa, ya estamos de vuelva, volvemos a empezar…
“Al amor lo pintan ciego y con alas. Ciego para no ver los obstáculos y con alas para salvarlos”.
Jacinto Benavente