Aparecen los primeros rayos de luz bordeando el horizonte con una intensa luz anaranjada que se vuelve amarillenta y termina siendo rojiza, el sol nos impacta en nuestros ojos y no nos deja ver más allá de nosotros mismos, acostados el uno junto al otro en este eterno desierto de placer que nos envuelve desde anoche. Te miro, te busco, te deseo, y al punto de estallar en suspiros de amor, te abrazo y nos revolvemos entre la hierba, como dos animales en celo, como dos hambrientos.
Terminamos de buscarnos en la más absoluta intimidad del amanecer y nos damos cuenta entonces de que, en medio de tanto follaje y tanto ropaje despojado, sólo había placer. Ya no nos vemos con los mismos ojos, ya no sentimos lo que sentíamos anoche, antes de tendernos ante la suave brisa de la nocturnidad. Ahora buscamos algo más, algo de lo que no sabemos nada, algo que, sin quererlo, sin permitirlo, se nos escapa…
“El deseo muere automáticamente cuando se logra; fenece al satisfacerse. El amor, en cambio, es un eterno deseo insatisfecho”.
José Ortega y Gasset