Ahora te veo, recostada junto a mí en la misma cama, en el mismo colchón que hace minutos estaba chirriando, me sonríes, acaricias mis labios con las yemas de tus dedos, saboreas las pequeñas muestras de saliva que en ellos quedan impregnadas, pasas tus uñas por mis mejillas, jugueteas con mi barba que, como una guita, describe una silueta alrededor de toda mi cara, esa silueta que tanto te gusta y que tanto anhelé de pequeño.
Te miro, y te veo así, tan sensual, tan efectiva, que no puedo dejar pasar el momento, tengo que besarte, tengo que acariciarte, tengo que sostener el tiempo, mantenerlo entre mis manos, apretado, mientras aprovechamos cada roce, cada movimiento, cada contacto carnal para estremecernos de placer.
Te sonrío, acicalo tu peinado, tus dorados rizos, esos que caen suavemente de tu cabeza y se posan en mi almohada, empapada de sudor por los calurosos minutos que hemos vivido, y sé que nos amamos. No me hacen falta más detalles, sé que te amo, sé que me amas, sé que estamos juntos y que juntos estaremos. Hoy, a pesar de todos los pesares que siempre se puedan interponer ante nosotros, lo sé. Hoy, además de verte, de sentirte, de tocarte y de besarte, te admiro, te contemplo, te perfilo con la mirada, te deseo. Hoy sé que te quiero. Mañana… quizás no, según dicen, pero el amor es indescriptible, el tiempo no lo sostiene y las fuerzas tampoco. Sólo nosotros sabremos, dentro de media vida, si todavía nos queremos, o si lo de hoy, esencia tardía de nuestros deseos, era mentira. Ojalá sea cierto…
“Durante la juventud creemos amar; pero sólo cuando hemos envejecido en compañía de otro, conocemos la fuerza del amor”.
Henry Bourdeaux