La apuesta, decidida, millonaria, contiene sin duda aspectos positivos. En primer lugar, la posibilidad de contar con un número ingente de ejemplares en un aparatejo poco más grande que la palma de una mano, algo que agradecer en la época de los muebles modulares y las viviendas ratoneras.
Éstas y otras cuestiones, como la accesibilidad o la comodidad de la descarga no parecen sin embargo argumentos suficientes para contrarrestar los inconvenientes. Imagínese un mundo de estantes vacíos, de imprentas cerradas, de bibliotecas a golpes de de click, sin rodillos rezumando tinta, sin librerías, sin kioscos, sin el olor nuevo del libro escolar, sin el tacto rugoso de la celulosa vieja. Situése en la distopía futurista de las casas sin estanterías, sin la publicidad insistente del Círculo de Lectores, sin solapas, sin librerías de viejo, sin anotaciones al margen, sin vendedores de enciclopedias, sin libros que dejar prestado y no devolver nunca, sin libros que prestaste alguna vez y no te fueron nunca devueltos. Un nuevo Fahrenheit, un nuevo sueño macabro sería el protagonista de sus vidas.
Yo, a pesar de ingenerios innovadores, de avances irrenunciables y de iluminados del tipo del generalmente poco iluminado Stephen King, lo tengo claro. Pueden guardarse el cacharro. Véase la incoherencia de afirmar algo así valiéndose de un montón de teclas negras y de millones de bytes comunicando nuestras pantallas, pero entiéndanme. Prefiero seguir saliendo una tarde, perderme en el centro de cualquier ciudad y ver librerías abiertas, vivas, con millones de papeles para tocar, para oler, para enseñar, para ojear, para leer. Elijo las bibliotecas con ejemplares hasta el techo, voto por las escaleras para alcanzar un libro que hace años que nadie coge. Me declaro a favor de los bibliotecarios con gafas, de los libros que me quedé y de mis libros que se quedaron, de los viejos de las librerías de viejo, de los niños en bibliotecas de mesas de colores, de las anotaciones del margen, me adhiero a la literatura de vista, tacto y olfato.
Lo demás, sería como comer jamón en forma de espuma, sin mancharte los dedos. Una gilipollez innecesaria. Guárdense sus trastos. Me gusta limpiar el polvo de mis estanterias y preocuparme a la vez de dónde voy a colocar la siguiente adquisición rodeado de pilas de celulosa, de color, de tacto, de verdad.
Me gustan los libros.