Entre la nostálgica sensación de que me encontraba en el primer día de la semana, ése que para tanta gente supone un gran problema emocional, supe que sentía algo extraño, además de la tristeza de evocar los buenos momentos del período vacacional. Entonces, con una manzana en una mano y una pluma en la otra, ésta en la derecha y aquélla, por ende, en la izquierda, me di cuenta de que la tinta pesaba, la manzana se me caía de las manos y se estampaba en el suelo, y mis ideas, en cambio, subían hasta el cielo para no bajar, combatiendo contra la gravedad.
Entonces, en el lunes sagrado del amor, quise recordar un dicho ingenioso, que me llenó la cabeza de pesadas sonrisas y ligeras nostalgias, sabiendo que aún me situaba a siete vidas de la verdadera muerte. Miré hacia mi folio, anteriormente en blanco, ahora lleno de trazos de tinta negra, y vi lo que mi pluma, al recordar mis sentimientos, había dejado escrito. Sentí alivio, y sonreí ante la letra de Albert.
“La ley de la gravedad no es responsable de que la gente se enamore”.
Albert Einstein (1879–1955, científico alemán).