Después de cada batalla, de cada victoria o derrota, sólo nos queda la reflexión de un momento. Pensamos en las vidas que hemos quitado y en las que hemos perdonado. Sentimos una fina llovizna en nuestro interior y el eterno olor a sangre filtrándose en la arena. Entonces miramos a nuestro alrededor y al observar que todavía está nuestra vida intacta sentimos una euforia frenética que nos embarga. Pero es en ese instante cuando nos volvemos hipócritas, pues pensar que estamos vivos nos ciega ante la posibilidad de que nuestra muerte también nos acecha, también viene de camino.
Después de terminar sus escritos, el General se asomó a la ventana y la tormenta comenzó. Con las manos en el alfeizar sintió como se empapaba su cara, sintió como la vida resbalaba por sus mejillas y como sus manos se iban arrugando con el agua, fue en ese momento cuando pudo sentir toda una eternidad abriéndose paso ante sus ojos.
«Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.»
Miguel Delibes (1920) Novelista español.