LA SUERTE DE ESTE LADO…
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a noche ya había caído en el pueblo, las estrellas eran las estrellas del momento, los campos eran arropados por el viento y los yuyales repetían la melodía exclusiva de la tranquilidad rural, envidiada por cualquiera que se asoma por el balcón de su departamento del piso nueve, o diez y solo advierte luces, bocinazos, edificios gemelos y a una pareja que hace el amor y olvida cerrar la cortina de su ventanal.
Lo cierto es que «El bar del Tano» comenzaba a tomar forma y color, color de campo, aroma de campo, forma de campo. Inigualable
Hubo peña aquella noche, las mesas se vieron rodeadas y las sillas comenzaron a sentir el peso de diferentes tipos de nalgas que se derramaban sobre ellas como dejando el cansancio de la jornada.
Los artistas, en un rincón improvisaban una especie de escenario y utilizaban la cortina a cuadros de fondo rojo y rayas anaranjadas como telón de fondo, afinaban guitarras, violines, bombos y gargantas, estas últimas con un excelente vino con soda, de esos que odia y desprestigian los colonos y que tanto adora y honra el peón rural.
Las luces eran cada vez más baja en la casona vieja y la música de fondo que salía de una radio añeja era cada vez mas envolvente, era casi imperceptible el crujir de las ventanas producto del ventarrón de aquella noche.
– Quiero, 29! Se sintió la voz del Colorado desde la mesa del fondo
– Me dió compañero, parece que están cargados esta noche. Agregó el panza y se urgueteaba la barba que bajaba unos dos centímetros del menton
– Truco, caballero. Gritó el Negro, sin perder tiempo y apurando a sus rivales
– Juegue noma´, que no me le achico ni al sargento. Le replicó Raul en la oreja izquierda y le pegó con el puño a la mesada.
Se había armado la timba también en lo del tano y las milongas de Zitarroza se escapaban por los parlantes y el fantasma del músico uruguayo se sentaba a tomar un vermú en cada una de las mesas que se iban llenando,
Un par de mozas se asomaban por la puerta y acercabanse hacia la barra apoyando un codo sobre la madera de quebracho y pidiendo algo para beber, cruzando las piernas para mostrar presencia y subiendose los vestidos hasta las rodillas para que los paisanos abran los ojos como un dos de oro.
– Tano: otro vino, que el panza anda con sed. Gritó Raúl mientras metía la mano entre los botones de la camisa y rascaba el nacimiento de la transpirada y vellosa barriga
– Gladis! un vino pa´ los muchachos y llevale estas aceitunas que invita la casa.
Calentaba hasta la luna a esa altura, las mesas estaban llenas y «Los cuatreros», un trio de músicos del pueblo colindante comenzaron a darle vida a los instrumentos, tocaron zambas de las mas tristes para que se enamoren los muchachos y comiencen las ojeaditas de mesa en mesa, compusieron chacareras con charango y todo para alegrar a los lugareños y empezar a levantar la polvareda , tonadas, gatos, escondidos, y zambas nuevamente para que esos pañuelos comiencen a cruzarse, y para que alguna de las miradas se pierdan en ojos ajenos y para que algún campesino con alguna moza puedan pegar la vuelta en compañía de otros brazos
– Falta envido Carajo! Lo terminamos aca y nos vamo´ a zapatear muchachos! El Negro… imposible de mantener quieto cuando una mujer se le paseaba al lado
– Quiero che, 32.
– Que hijo e´… Me dio de nuevo Panza… nos cagaron. Se remordió el Negro mientras escondía los labios inferiores detrás de las dentadura superior a esa altura enrojizadas por el vino y levantando la cabeza como mirando al Tata su vision terminaba en el foquito que iluminaba la mesa y encandilaba sus pupilas pardas
– Te dije Negro, estaban estan con la suerte de su lado che.. Completó el Panza dibujando un no con la cabeza y suspirando una resignación.
Ya se terminaban todas las partidas de naipes, solo quedaba una mesa en un rincón con dos viejitos jugando al ajedrez que de tanto en tanto levantaban las cejas y los parpados del tablero para percibir «como venía la vaina» y apreciar las preciosidades del lugar.
Mientras tanto el panza se acercaba a la cantina y haciéndose un lugar entre «la Sonia», que estaba tomando un aperitivo en la barra y un poste que sostenía vaya uno a saber que cosa, comenzó la charla mientras le acercaba el plato vacío de aceitunas para ver si tenía suerte y el Tano seguía generoso.
– Tenés suerte, te lo está llenando de nuevo. Dijo la princesa rural mientras no quitaba sus ojos de la abundante y enredada barbilla del Panza.
– Suerte es tenerte al lado, contestó el señor, dejando escapar un esbozo «nerudezco» de su boca.
En la otra punta Raúl y el Negro olvidaron los 32 del envido y hacían relucir sus botas sus camisas a cuadros y sus boinas.
Marcaban el ritmo de la chacarera con el torso recto y la mirada puesta en las mozas que se zarandeaban incesantemente a su alrededor.
El Colorado, que casi no había ni hablado durante el juego de cartas, el mas tranquilo del cuarteto, se había quedado con su vasito de vino en la mesa y le hacía el coro al cantante apoyándolo en las ultimas dos palabras de cada estrofa, con la lengua arrastrada y con la cabeza gacha producto de la borrachera que ya se había adueñado de su cuerpo y le empujaba la columna de tal manera que parecía que le cantaba a sus propias alpargatas como quien le canta al oído a una persona para conquistarla, o quizás se había enamorado de algún carozo que quedo bajo la mesa, ¿quien lo sabe?.
Así fueron pasando las horas, y por un lado los dos muchachos «dale que va» con las lugareñas y las danzas nacidas en nuestra querida tierra y el Panza meta charla con la Sonia, hija de hacendados que prefería la cultura popular antes que una superflua conversación de vestidos y modas con su madre, su hermana y su tía.
La galantería del Negro no terminaría la noche sin hacerse notar, la seducción de este peón corpulento y buen mozo pudo mas que la resistencia de Silvia que aguantó toda la noche la atracción física del muchacho pero fue vencida cuando al finalizar la última zamba le beso suavemente la oreja y le acarició el cuello con un pañuelo blanquecino lleno del perfume mas rico que ella había conocido.
El Panza por su parte, a esa altura de la noche, se había quedado sin palabras y atinó a acercar sus labios hacia la boca de la hermosa Sonia quien los recibió con la suavidad característica de esta princesa y mientras cerraba los ojos y sentía los brazos del panza que se enroscaban por la cintura ambos cuerpos, cual imanes de polos opuestos se acercaban cada vez mas y mas hasta no dejar ni una grieta entre uno y otro.
El sol ya había ganado la batalla diaria y comenzó a despertar a los gallos para que canten y den la bienvenida al domingo.
El Tano y la Gladis barrían el lugar, acomodaban las mesas, ponían el dial del musiquero en Radio Nacional para comenzar a palpitar la fecha del metropolitano y preparaban unos buenos mates cebados antes de cerrar el local.
En la puerta, con el sol naciente y anaranjado asomando la frente entre las sierras mas bajas y el rocío que se levantaba para humedecer la mañana y ser testigo de la trova de las aves se veía al Raúl cargando como podía con el Colorado, subiéndolo en el rastrojero viejo y comentandole, asi como al pasar:
– Viste colorado, y decían que la suerte estaba de este lao´!