Segunda entrega de esta sección dedicada a las citas literarias más caprichosas, las que no están en ningún tema de los ya fijados para el lunes, para el martes y para el miércoles. La de hoy, en concreto, sí podría estar dentro del tema del lunes –amor y sexo en todas sus manifestaciones, buenas y malas–, pero pensé en incluirla dentro de este apartado porque, si bien la frase –que es una sola– va a tratar de amor, lo hago más por la belleza de su arte (lo cual sería propio del martes) y porque no pueden morirse sin leer esta cita –es ésta una breve referencia a las frases de los miércoles, un poco de humor para rematar la faena–.
Se trata, decía, de una frase que representa los sentimientos de una adolescente al encontrar a un chico ante sí y quedar prendida de él al instante. Es un fragmento de una novela de la escritora madrileña Almudena Grandes, cuyo título aparecerá más abajo.
He decidido incluirla dentro del segundo capítulo, de la segunda entrega de esta sección, más que nada, por la calidad descriptiva de la escritora. Aunque más correcto hubiera sido decir que la segunda sección está incluida en esta cita, pues, aunque se trata de una sola frase –podrán los lectores, en pocas líneas adelante, notarlo– repleta de comas y sin ningún punto hasta el final –por naturaleza, cuanto menos, definitoria–, tiene la extensión que, en cualquier otro escritor, a excepción de no muchos trabajadores del género, hubiera sido todo un párrafo lleno de puntos intermedios y, en consecuencia, de frases cortas.
Tenía pensada otra cita, de hecho la tengo anotada en mi cajón de ideas, eso que los estudiosos del tema llaman memoria, pero, lo que es la vida, leyendo esta delicia de novela, que aún no he terminado pero habré concluido en breve –hablaré de ello en su debido momento–, me he topado con esta joya sintáctica, literaria, llena de calidad y hermosura, con un sonido a nuestro oído y un gusto en nuestro paladar tras saborearla, que no podía dejar escapar el segundo capítulo de nuestras citas caprichosas para presentarla. El próximo jueves, si otro ente literario en forma de papel impreso y envuelto en encuadernación rústica no me lo impide, hablaremos de la que tenía pensada para hoy.
Fíjense, lo que es la lectura de grandes novelas. La de reliquias que se pueden encontrar entre las páginas de un escritor, en este caso escritora, que sabe realmente lo que hace. Nos ocurre a todos, supongo, y muchos, como yo, tienen la maravillosa manía, también reconocida como afición por algunos, de anotar todas las frases bellas. Bellas en lo que respecta a la opinión de cada uno, pues seguramente muchos de los que lean esta cita, o, sin llegar más lejos, este post, podrán perfectamente opinar que la frase no les gusta. Es perfectamente admisible por mi parte y, supongo, por la del resto de los lectores. Por eso este apartado se llama, y anunciado quedó hace una semana, Citas Caprichosas.
Perdónenme los lectores, si es que han llegado aquí, la extensión –acorde, en mayor o menor medida, con la cita recogida– del artículo, cuya lectura espero, y digo ya esto como despedida, que les haya gustado.
“Entonces experimenté una sensación nueva y sorprendente, que apenas ha vuelto a repetirse un par de veces en el resto de mi vida, porque más allá del nerviosismo común, las familiares tenazas que retorcían por dentro cuando, sentada ya en el pupitre, con el boli en la mano, esperaba la llegada de una hoja de examen, sentí que me había convertido en un árbol de Navidad repleto de bolas de colores brillantes y luces intermitentes recién enchufadas, que parpadeaban a un ritmo enloquecido, intervalos cada vez más cortos que yo no podía controlar, y no podía mirarme en ningún espejo, pero supe que mi pelo estaba echando chispas, y que mi piel brillaba, y que mis labios entreabiertos eran más rojos y más húmedos que de costumbre, y mis ojos sonreían, se clavaban en su nuca, y le llamaban, le ordenaban que volviera la cabeza y él, sorprendentemente, obedecía, se volvía y me miraba, contemplaba el deslumbrante espectáculo que era yo, y que al mismo tiempo me era ajeno, porque mi cuerpo ya había elegido por mí, y cuando se dio la vuelta para encarar la puerta, sentí que cada una de mis vísceras salvajemente hacia arriba y no volvía a bajar, sino que se quedaba allí, presionando contra el diafragma, para permitir que una atroz cámara de vacío llenara el espacio libre entre mis costillas.”
Almudena Grandes, Malena es un nombre de tango.