Hoy, primero de noviembre de 2011, se cumplen cien años del nacimiento del escritor francés de origen ruso Henri Troyat, considerado como uno de los grandes del siglo XX con esa escritura tan enamorada del XIX. Es por eso que aquí vamos a brindarle un homenaje que tendrá lugar a lo largo de este mes. Empezaremos por trazar brevemente su biografía, para luego centrarnos en alguna novela.
Levón Aslani Thorosián era el nombre original de este literato que firmaba con el pseudónimo de Henri Troyat. Nacido el 1 de noviembre de 1911 en Moscú, fue hijo de ricos negociantes que durante la Revolución Rusa se vieron obligados a exiliarse en París, por lo que el pequeño Levón, a la corta edad de seis años, ya había salido de su tierra para afincarse en un terreno extraño que sería el que viese su florecimiento y marchitez, en los primeros días de marzo de 2007. Allí estudió Derecho y desarrolló una extensa carrera literaria y una encomiable labor como biógrafo, que lo han convertido en el segundo autor francés más leído, en una lista encabezada por Balzac, uno de sus dioses. Su labor como escritor es destacable no sólo por la amplia variedad de sus textos, sino por la cantidad de producción que llevaba a cabo a lo largo de cada año, siempre marcado por ese estilo que tanto admirara del realismo de la segunda mitad del siglo XIX.
Su amplísima bibliografía se compone de un reducido número de novelas que siguen la tradición intimista y psicológica de la literatura francesa, como es el caso de La araña (1938), con la cual obtuvo el Premio Goncourt; relatos fantásticos como en la colección Fosa común (1939); y sus grandes ciclos de novelas, que son el eje central de su obra, compuesto de títulos como la trilogía Mientras la tierra exista (1947-1950), que narra la historia de una familia rusa desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, La luz de los justos (1959-1963), una colección de cinco novelas sobre la trayectoria de un oficial ruso en la primera mitad del siglo XIX, Siembra y cosecha (1953-1958) y Los herederos del porvenir (1958), entre otras. Además de estas sagas de novelas de tono realista con minuciosas narraciones de la cotidianeidad de los personajes, también son importantes las novelas Iván el terrible (1982), Las luces del alba (una novela sin clasificar) y La sonrisa de Eva (1964). Y por si esto fuera poco, su pasión por los grandes escritores del siglo XIX lo llevó a elaborar las biografías de Tolstói, Dostoievski, Gogol, Zola, Balzac, Flaubert o Baudelaire.Fue aceptado en la Academia Francesa en 1959, justo después de la publicación de su saga Siembra y cosecha, que tal vez sea la más importante de su trayectoria, junto con Mientras la tierra exista.
El proyecto de abarcar un análisis, o a lo menos, una referencia del sentido de estas dos obras es un trabajo de envergadura que nos gustaría afrontar a lo largo de estos días; sin embargo, para empezar escogeremos una de sus narraciones más independientes: La sonrisa de Eva.
Es por eso que aquí vamos a brindarle un homenaje que tendrá lugar a lo largo de este mes.