John Steinbeck (1902-1968), autor de obras como De ratones y hombres, Cannery Row o Torilla flat, galardonado en 1962 con el premio Nobel de Literatura, escribió en cinco meses de intenso trabajo y constante dedicación su novela cumbre: Las uvas de la ira. Publicada en 1939, narra una historia centrada en la década de los años 30, en la crisis económica que sufrieron los Estados Unidos después del famoso crack del 29. Fue muy polémica en el momento de su publicación, pero en el fondo muy bien acogida, pues desde su primera edición en 1939 no han faltado ejemplares en las librerías. Un año después de su publicación, recibió el Premio Pulitzer y fue adaptada al cine por el director John Ford, una extraordinaria producción protagonizada por Henry Fonda.
Las uvas de la ira (a veces traducida como Las viñas de la ira) es una extensa novela en la que se relata el éxodo de la familia Joad, además de muchas otras, hacia la tierra prometida de California en busca de trabajo. Tom Joad regresa a casa después de haberle sido concedida la libertad bajo palabra y lo encuentra todo desierto. Casy, un predicador retirado de su oficio, acompaña al principio a Tom y lo ayuda a encontrar a su familia, que se ha instalado en la casa del tío John. A partir de entonces, juntos emprenderán un camino de ida hacia una tierra de la que esperan un buen trabajo para subsistir ante la grave crisis económica. Pero el trabajo escasea y será muy difícil sobrevivir a las adversidades.
John Steinbeck elabora una trama que se sostiene durante 30 capítulos, de los cuales 14 narran la historia de la familia Joad, mientras que otros tantos están dedicados a plasmar escenas de sequías y situaciones generales de las que se viven en esos momentos en los Estados Unidos. Con unas pinceladas provoca en el lector un estremecimiento de crudeza al ver como si de una imagen se tratase no sólo las tierras secas, sino también cada paisaje, cada anochecer, cada destello de sol que penetra por la ventana del camión que el joven Al conduce. Utiliza, pues, una mezcla de lenguaje periodístico, igual que una crónica, y poético al trazar esos amaneceres y puestas de sol.
Al mismo tiempo, escribe en un estilo sencillo una prosa que no aburre. Y sobre todo destacan los diálogos: largas escenas dialogadas y sólo interrumpidas por las expresiones de los personajes y los cambios de luz, como si una cámara dejase constancia de las conversaciones. Es una de las cosas más logradas de esta novela: aporta mucho grado de realismo al plasmar diálogos en los que la lengua de los personajes parece cobrar vida propia.
Todo esto nos lleva a concluir que es una buena novela, que entretiene desde el primer momento y no se hace larga a pesar de su extensión. No hay muchas sorpresas a lo largo de la historia, y precisamente por eso parece tan común, tan cotidiana. Sin embargo, tiene algo especial, no sabemos qué, pero es algo que la hace interesante.
También tiene varias lecturas, pues hay quien ha identificado las huellas del Éxodo bíblico entre estas páginas, pero lo cierto es que no hace falta pensar en ese libro para disfrutar de una gran novela del siglo XX, polémica y cruda.