En Confesiones de San Agustín se cuenta el camino que llevó al estudio del maniqueísmo y de allí al cristianismo más ferviente. En este camino y antes de convertirse en obispo de Hipona (en el año 396) San Agustín tuvo varios amores, hasta llegó a tener a una concubina y un hijo que murió siendo muy joven. El encuentro que mantuvo Agustín con el amor pasó, como muchos de los grandes amores, cuando él era adolescente. Este es el relato de su arribo a Cartago cuando tenía 19 años de edad:
“Llegue a la ciudad y por todas partes me veía incitado a amores deshonestos. Todavía no amaba yo pero deseaba amar, y con una mal disimulada y oculta infelicidad me aborrecía por ser menos infeliz. Deseando tener amor, buscaba a quien amar (…) Esto provenía de que estaba muy falto y necesitado de aquel interior alimento que sois Vos mismo, Dios mío; y no tenía hambre ni apetito de él, más bien estaba sin deseo alguno de los alimentos incorruptibles, no porque estuviere lleno y harto de ellos sino porque me causaban tanto mayor fastidio cuanto más vacío y falto de ellos estaba…”
Cuando ya era obispo, a los 46 años de edad redactó Confesiones. En esta obra, en determinado momento vuelve a referirse a las tentaciones libidinosas y al problema que tenía con sus fantasías eróticas, la voluntad y la personalidad.
“Vos Señor me mandáis que reprima la concupiscencia de la carne, la de los ojos u la de las ambiciones mundanas (…). Pero aun viven en mi memoria (de la cual he hablado largamente) las imágenes de aquellas cosas torpes que mi mala costumbre dejó estampadas en ella: las cuales se me presentan ya cuando estoy despierto, ya cuando estoy dormido. Cuando despierto se me ofrecen como flacas y sin fuerzas, pero entre sueños llegan no sólo a causar deleite sino también una especie de consentimiento y obra que son muy semejantes a la obra y consentimientos verdaderos. Pueden tanto en mi alma y en mi cuerpo aquella ilusión y engaño causado por dichas imágenes, que me persuaden e inducen dormido aquellas visiones falsas que no me indujeran ni persuadieran despierto los mismos objetos reales y verdaderos. Por ventura, Dios y Señor ¿no soy el mismo entonces que cuanto estoy despierto?”
Este artículo contiene fragmentos de Confesiones de San Agustín