En la cocina comían Felipa y Lupe; en la mesita pequeña que se encontraba en ese recinto. Ambas platicaban en un tono poco acalorado.
– No se porque te empeñas en tenerle mala voluntad a Poncho. –dice Lupe.
– Ese jovencito es de mala calaña. –afirma la anciana-viene de los barrios salvajes
– Pero tía. El no es malo, no es como los otros.
– Es igual que todos esos vagos.
– Pero ni siquiera lo conoces. ¡¿Cómo puedes hablar así de él?!
– Si no nací ayer, hijita.
– Pues no me importa lo que pienses –exaltada- Yo así lo quiero.
– No sabes lo que dices. –reclama la tía.
– Si lo sé. –defiende la joven- La que no sabe nada eres tú, y te das cuenta por que lo digo. ¿Verdad, tía querida?
La anciana queda callada y triste ante las palabras en forma de burla sarcástica de su sobrina.
La puerta de la cocina se abre. Cindi entra con su plato de comida en las manos, aun lleno. Mira a las sirvientas y con voz dulce se dirige a ellas.
– ¿Puedo comer con ustedes?
IV
En el interior de la recamara de Candy, sobre el tocador se encontraba un sobre roto que llevaba impreso en manuscrito el nombre: CANDY LAFONTAINE. Cindi leía atenta la carta, sentada sobre el banquito del peinador.
Lucharemos por ti, no
dejaremos que te pierdas.
Salvaremos tu alma.
Deja la carta sobre el tocador y lleva sus manos a su cabeza, pasándolas por el cabello.
– Más misterio, Dios mío.
Autor: Martín Guevara Treviño
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