Platón pensaba que el amor debía ser representado por poetas y pensadores como una fuerza cósmica, es autentica fuete y enigma de la experiencia humana y lo hizo su eje central de sus investigadores.
Esto queda reflejado en sus diálogos, pero más concretamente en Banquete. Reunidos en un imaginario festejo, algunas personas pronuncian sus encomios de eros (el amor o mejor dicho, el deseo sexual). En esa reunión Sócrates cuenta todo lo que sobre esto le enseño una mujer, Diotima y pronuncia su famoso discurso donde define el amor como una aspiración que nos guía a la inmortalidad, por medio de la procreación, ya sea espiritual o física, y realiza una comparación entre el ascenso erótico propio de una vida desde el deseo físico hasta la Belleza misma, que es sobrehumana.
Al final de la conversación llega, un tanto borracho, Alcibíades, un joven brillante y tremendo.
Alcibíades, relata como fue primero seducido por Sócrates y luego rechazado por él.
“A mi me sucede –habla Alcibíades- lo que pasa a quien ha sufrido una mordedura de víbora, pues dicen que el que sufrió estos alguna vez no quiere decir cómo fue a nadie, excepto a los que fueron mordidos también, pues sólo ellos comprenderán y perdonaran, si se atrevió a hacer y decir cualquier cosa bajo los efectos del dolor. Yo, mordido por algo más doloroso y en la parte más dolorosa de las que podría uno ser mordido –en el corazón, en el alma o como haya que llamarlo, donde ha sido herido y mordido por los discursos filosóficos que se agarran más cruelmente que una víbora cuando se apoderan de un alma joven no mal dotada por naturaleza, y la obligan a hacer o decir cualquier cosa…”
Alcibíades, “mordido” por Sócrates, pensó que la parte que le tocaba en esa historia era ser el deseo del hombre mayor, es decir, su amado, se convirtió en realidad en su amante, o sea en el sujeto que ama, que debe conseguir el amor del otro y que para colmo es rechazado.
“Esto es, señores, lo que yo elogio en Sócrates y mezclándolo a la vez con lo que le reprocho les referí las ofensas que me hizo. Y no me las ha hecho sólo a mí sino también a Cármides, el hijo de Glaucon, a Eutidemo, el hijo de Diocles, y a muchísimos otros, a quines él engaña, entregándose como amante, mientras que luego resulta más bien amado en lugar de amante”
De esta manera Platón hizo celebre cierto supuesto magistral de Sócrates. Pero en un brevísimo texto, un poeta nos brinda una versión distinta de la historia, en la que cambia el vínculo amoroso de Sócrates y Alcibíades. Dice así:
“La noche en que, ya viejo, se apago definitivamente su fuego sexual, Sócrates oyó que el bello Alcibíades murmuraba ‘Al fin libre’. Comprendió que la realidad se había equivocado de persona, porque la frese le correspondía. Y tuvo razón: no bien sus labios se la apropiaron, la vulgar expresión de alivio se cargo de noble sentido, de agudeza, de profundidad moral, y lo más importante, de trascendencia”.
Este articulo cuenta con fragmentos de “El sentido de la libertad”. Más información en la Revista Ñ, o en esta misma página.