La noche era totalmente negra, sin luna ni estrellas, solo la luz de los faroles de la calle. El auto deportivo último modelo color morado metal, se desplazaba a gran velocidad por las calles pavimentadas de aquella zona residencial. Cindi conducía en estado de ebriedad, llega ante su casa frenando estrepitosamente, apaga las luces del coche y baja del automóvil dirigiéndose a duras penas, hacia la puerta de su hogar…
Ya en el interior sube las escaleras sosteniéndose de la baranda y se queda atónita al mirar que de las hendiduras de la puerta del cuarto de su hermana se dejaba ver luz, y se escuchaba una musiquita similar a la de una caja musical. su mirada se profundiza sin parpadear mientras que de su frente comienza a escurrir sudor helado. Avanza despacio hasta tomar con su mano derecha la perilla de la puerta, intentando abrir, pero se encontraba con seguro.
– No puede ser –murmura entre dientes.
Nerviosa lleva su mano a su frente limpiándose un poco el sudor que ya se propagaba por todo el rostro, se recarga a la puerta con un poco de miedo y susurra con voz quebrada.
– Candy… ¿estás ahí, verdad? –las lágrimas se le escapan mientras resbala lento
hasta el suelo entre sollozos- Hermanita, te he extrañado mucho. Ya no te separes de mi… dime que ya no te irás.
Vuelve a mirar hacia la puerta que se encontraba ahí, ante ella; la luz junto con la musiquita había desaparecido.
Autor: Martín Guevara Treviño
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