Ulises y Penélope tuvieron que pasar todas las pruebas de amor imaginables: dos décadas de separación, la guerra, el tardío regreso a su casa y el acecho de miles de candidatos a Penélope. Pero al final de La Odisea, cuando ya casi habían pasado la hechicera, el cíclope y las sirenas, ya en Itaca deben pasar una de las pruebas más difíciles: Ulises (Odiseo) tiene que demostrarle a su mujer que él es su marido. Si bien su hijo (Telémaco) y su anciana nodriza lo habían reconocido anteriormente Penélope no había llegado a hacerlo. Luego de varias pruebas para demostrar quien era, Odiseo ya empieza a fastidiarse entonces tiene lugar este dialogo:
“Querida mía los que tienen mansiones en el Olimpo te han puesto un corazón más inflexible que a las demás mujeres (…) Vamos, nodriza, prepárame el lecho para que yo también me acueste, pues ésta tiene un corazón de hierro dentro del pecho.”
A lo que Penélope le responde:
“Querido mío, no me tengo ni en mucho ni en poco, ni me admiro en exceso, pero sé muy bien cómo eras cuando marchaste de Itaca en la nave de largo remos. Vamos, Euriclea, prepara el labrado lecho fuera del sólido tálamo, el labrado lecho que construyó él mismo. Y una vez que lo hayáis puesto fuera, disponed la cama –pieles, mantas y cochas resplandecientes”. Así dijo poniendo a prueba a su fiel esposo.
“Mujer, esta palabra que has dicho es dolorosa para mi corazón. ¿Quién me ha puesto la cama en otro sitio? Sería difícil incluso para uno muy hábil si no viniera un dios en persona y lo pusiera fácilmente en otro lugar; pues de los hombres ningún mortal viviente, ni aun en la flor de la edad, lo cambiaría fácilmente, pues hay una señal en el techo labrado y lo construí yo y nadie más. Había crecido dentro del patio un tronco de olivo de extensas hojas, robusto y floreciente, ancho como una columna. Edifique el dormitorio en torno a él, hasta acabarlo, con piedras espesas, y lo cubrí bien con un techo y le añadí puertas bien ajustadas. Entonces corté el follaje del olivo de hojas anchas, empecé a podar el tronco desde la raíz, lo pulí bien y habilidosamente con el bronce y lo igualé con la plomada, convirtiéndolo en pie de la cama, y luego lo taladré todo con el berbiquí. Comenzando por aquí lo pulimenté hasta acabarlo, lo adorné con oro, plata y marfil y tensé dentro unas correas de piel de buey que brillaban de púrpura. Esta es la señal que te manifiesto, aunque no sé si mi lecho está todavía intacto, mujer, o si ya lo apuesto algún hombre en otro sitio, cortando la base del olivo”.
Así dijo, y a ella se le afloraron las rodillas y el corazón al reconocer las señales que le había manifestado Odiseo. Corrió llorando hacia él y echó sus brazos alrededor del cuello de Odiseo, besó su cabeza y dijo: “No te enojes conmigo, Odiseo…”.
Este articulo cuenta con una parte de La Odisea (Canto XXIII, vv 165 – 209)