Buenas tardes a todos. Hace casi un mes, nos salva una semana, que no hablamos sobre las Citas Caprichosas que se fueron publicando periódicamente aquí los jueves de un tiempo a esta parte. Ya anuncié el motivo de la ausencia de reflexiones con nuevas citas: tengo muchas citas recogidas en un documento, pero muchas de ellas son de los mismos autores, y no se trata aquí de alabar a un autor en concreto, sino de reflexionar basándonos en citas de diferentes autores y diferentes libros, así que disculpen si hay alguna ausencia. No es, lo prometo, falta de dedicación.
Bueno, dicho esto, vamos a comenzar con la Cita Caprichosa número 18, que pertenece a un escritor mexicano llamado Juan Rulfo. Supongo que lo conocerán. Recojo esta cita de su novela Pedro Páramo, uno de los máximos exponentes, si no el que más, del realismo mágico. Gabriel García Márquez, entre otros, lo tuvo siempre como padre de este estilo literario. Verán comentado el libro en cuestión dentro de unas semanas, en domingo, como siempre.
La cita representa una imagen de un hidrante, y habla de cómo gotea el agua de manera sucesiva. Luego dice que se escuchan pies que caminan hacia un lugar y vuelven. Podríamos reinterpretar esto y sacarlo de la narración para hacer hincapié en una metáfora sobre la vida.
En la vida todo sucede muy deprisa. Todo está en constante cambio y todo va en orden diacrónico sucediéndose: nacemos, crecemos, vivimos, morimos. Todo es un constante fluir que, como el agua, nos lleva en poco tiempo desde el momento más primitivo de nuestra existencia hasta la última parada de nuestro viaje. Y mientras tanto, vemos pasar los trenes vecinos: los amores que tuvimos en nuestra adolescencia, que hoy no son más que recuerdos, unos felices, otros tristes, otros simplemente cargados de nostalgia; las experiencias excitantes de un viaje de riesgo, la escalada a una montaña, un salto de un puente colgado de unas cuerdas que, como el respirar, sostienen nuestras vidas; las fiestas a las que hemos asistido y en las que hemos tenido ocasión de presenciar nuestras primeras embriagueces o las primeras risas sin motivo aparente; y todo eso lo vemos pasar ante nosotros como si hubiesen sucedido hace cientos de generaciones, pero en realidad tenemos esos recuerdos pegados a la memoria, al corazón, y no los despegamos porque seguimos pisando, en el fondo, los mismos charcos de agua, pero sólo con una nimia diferencia: ya no son las primeras fiestas, otras muchas se han ido y otras muchas vendrán; ya no saltamos de un puente, el escalofrío que recorre nuestro cuerpo al pensarlo nos lo impide; ya no escalamos montañas; ya no vivimos los primeros amores, todos esfumados; ahora tenemos el presente, un chorro de agua que lentamente va cayendo, gota a gota, de un hidrante, gotas que luego pisan nuestros zapatos y en las que dejamos marcadas nuestras huellas, gotas que vibran con los rumores de nuestros recuerdos y que se plasman en la memoria de nuestros herederos, gotas de agua que nunca, nunca, van a dejar de caer, porque después de nosotros habrá más cataratas que se vuelquen contra el arenal de nuestro mundo.
Por eso vemos caer tantas gotas en nuestra vida, por eso no se acaban, por eso continúan derramándose, como las lágrimas que se resbalan por nuestras mejillas cuando pensamos, impotentes, en el momento en que el agua viva de nuestro corazón deje de fluir para convertirse en espumosa ciénaga, sin saber que las tierras de nuestra piel volverán a mojarse con las aguas de nuestros hijos, si nos acompañan. Cómo fluye el tiempo, igual que el agua, igual que los pasos que oímos a nuestro alrededor.
“En el hidrante las gotas caen una tras otra. Uno oye, salida de la piedra, el agua clara caer sobre el cántaro. Uno oye. Oye rumores; pies que raspan el suelo, que caminan, que van y vienen. Las gotas siguen cayendo sin cesar. El cántaro se desborda haciendo rodar el agua sobre un suelo mojado”.
Juan Rulfo, en Pedro Páramo (Cátedra, p. 85).