El sol penetró, imperante, por la ventana, bañando así toda la oscuridad que reinaba en el dormitorio de una plácida y resplandeciente luz amarillenta que delataba la llegada del día. Las cortinas se estremecieron al contacto con el calor de los rayos, las losas dejaron ver su lado más tierno brillando en respuesta al estímulo del sol, los dibujos pintados en éstas, asimismo, hicieron hincapié en sus más cálidos tonos de color, y todo quedó por completo iluminado. Las paredes dejaron de ser de color añil para tornarse, poco a poco, a medida que la luz iba aumentando su intensidad y penetrando con mayor bravura en la habitación, en un tono celeste. En un abrir y cerrar de ojos, todo quedó en completa luz, todo podía verse, se había ido la noche, había llegado el día, una nueva jornada había comenzado. Entonces tuve que levantarme de mi lecho y enfrentarme al fuego de la mañana, que antes fue vacío y ahora es vida.
“Todo arte se caracteriza por un cierto modo de organización alrededor de un vacío”.
Jacques Lacan