El doctor Noriega la examinó moviendo ligeramente la cabeza en negativa. Mostraba su rostro de ansiano realmente acongojado.
—Esto no es normal —manifestó el doctor—. Los análisis que le realizaron detectan un perfecto estado de salud. Me temo que lo que está sucediendo no está en nuestras manos. Esto es cosa que como médico no puedo solucionar. No hay medicamento para fuerzas extrañas.
—No comprendo. —le dije aturdido.
—Me refiero a que esto no es cosa de médicos. Tu hermana padece otro tipo de mal… Un mal que está fuera de todo lo establecido por la ciencia.
—¿Trata de decirme que mi hermana está poseída por un demonio?
Miré a los ojos al viejo doctor, y su mirada se clavo en mi vista, noté una firmeza que sustentaba sus palabras con aquel intercambio de comunicación visual, el doctor me dejó claro que médicamente ya nada se podía hacer, que probara otras posibilidades.
—No sé que hacer, doctor.
—Paciencia, Marco. —su semblante cambió y dio giro a la conversación—. Tengo algo muy importante que contarte. Pero en otro sitio. Vamos, si quieres camino a la tienda de vinos te explico.
Asentí. El doctor Noriega se notaba muy interesado en contarme ese asunto que lo venía oprimiendo desde su llegada a la casa, hay ocasiones en que las personas de edad avanzada se preocupan por dejar todo claro y no quedar con pendientes para cuando les llega la hora de morir, justamente así parecía la situación que se estaba presentando. Precisamente.
Autor: Martín Guevara Treviño
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