Al momento vimos a la señorita Elisa Carpe llegar por el área del pasillo de recamaras.
—Que bueno que han venido.
—¿Qué le sucede a mi hermana?
—No lo sé. De pronto se comenzó a sentir débil. Ha perdido el conocimiento y se encuentra muy pálida.
—¿Dónde esta? Quiero verla —Simona desesperada—. Necesitamos verla.
—En su recamara, vamos.
Elisa Carpe nos guió a la recamara asignada a Carolina. Era un estrecho cuarto, a medio limpiar. Yacía recostada en una cama pequeña, el rostro de mi hermana estaba pálido como un copo de nieve. Tomé su pulso y se encontraba pausado. Su aspecto realmente demacrado sin mostrar algún signo de buena salud. Resolvimos trasladarla a casa con la ayuda de una ambulancia. Llamamos al Doctor Noriega para que la atendiera. Es el médico familiar, un anciano que no pasa de los ochenta años, de cara dura y arrugas marcadas, es un hombre delgado y alto, su piel morena asemeja a una nuez, pero vigoroso como un roble en pie. Por desgracia no encontró causa justificada para el debilitamiento tan repentino de mi hermana, y decidió dejarla en reposo durante unos días para ver su reacción. Le recetó vitaminas y mucho descanso. En la sala de la casa, las miradas que mantuve con Elisa fueron penetrantes, sé muy bien que logró comprender que ante mí, estaba descubierto su engaño. Aunque era un descubrimiento a medias, el acontecimiento con Carolina, me desarmo para indagar más sobre aquella mujer. Pronto tendría que averiguar la verdad y las razones de sus mentiras.
Autor: Martín Guevara Treviño
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