—Así es, Marco. El libro de la perversidad está dentro de tu círculo. Aún sin proponertelo, estás rodeado de una maldad que te persigue sin descanso.
—Padre, ¿cree que han vuelto solamente por ese libro?
—No. Han regresado para recuperar su imperio perdido. Van a luchar por continuar con su especie y con su maldad. Están aquí y no se van a ir. Tenemos que impedir que avancen en su proposito.
Unos gritos nos sacaron de la conversación. Se trataba de gritos desesperados de un hombre. Decía a grades vozarrones lo que capté como una oración de amparo.
La santa Cruz sea mi luz, no sea el demonio mi guía,
retírate Satanás, no me aconsejes cosas vanas,
son malas las cosas que brindas, bebe tú ese veneno.
Cuando llegamos corriendo a la recamara del Párroco José Barrientos, se encontraba éste con los ojos casi saliéndose de sus campos, sostenía un rosario con las manos unidas y respiraba aceleradamente. Su inmensa gordura lo hacia verse como un oso acorralado, sin escapatoria y sumiso a los cazadores. En su rostro lampiño se resaltaban aun más las líneas que expresaban el terror que lo atosigaba
¡Han regresado, han regresado!, estas son las únicas palabras que dijo en el momento. Me acerque a la ventana que se encontraba abierta y lance mi vista al exterior, con total perplejidad miré a un trío de lechuzas volando en dirección del norte. La lluvia comenzó a caer de manera ligera, pero el cielo retumbaba a su máximo poder estremeciendo mi corazón.
Autor: Martín Guevara Treviño
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