En el centro de mi piso, en el sillón, en el silencio de las circunstancias, de esta ciudad que palpita en las fronteras de mis cristales, pasa inadvertida la vida. Ajados sentimientos en el estridente grito de un susurro me hacen prestar atención a lo que captan mis oídos; el sonido del frigorífico, un grifo goteando, el eco de la puerta del vecino, el crujir de los muebles viejos, unos pasos que se alejan otros que se acercan por las escaleras, un timbre lejano, el exterior. Por el doble cristal de las ventanas se filtra la densidad del tráfico, las bocinas nerviosas y siniestras, los gritos de mercaderes, las grúas jornaleras, el silbido de un gendarme, la ambulancia despavorida, la ciudad que late en esta tarde de lunes, en este mes de enero. La ciudad y su silencio, el silencio de mi cigarro consumiéndose en la soledad del apartamento, el sonido de un adiós, el silencio.
palpita y palpita