Dime, Simona. ¿Cómo es nuestra nueva huésped?—preguntó insistente Carolina.
Un poco contrariada la vieja contestó mirándonos a los ojos como si ella supiera más de lo que nosotros estábamos informados.
—Solo he recibido un telegrama del General Garza Medina, donde solicita respetuosamente, atender por un par de días a su sobrina, quien viene a unos trámites legales, para después poder continuar su viaje, que tiene por destino San Antonio.
—¿Y cómo la reconoceremos?
—Ella llegará. Tiene nuestra dirección. El General Garza Medina y tu tío Camilo forjaron una amistad entrañable. Lo menos que podemos hacer en memoria de la generosidad de Don Camilo, es tratar a esa señorita con toda nuestra amabilidad.
—Así se hará, Simona. Así se hará.
Sonreí casi sin fuerzas al terminar de pronunciar esas palabras. Será un par de días donde tendré que sacar mis sonrisas de cualquier rincón, ya que después de todos mis traumas, es difícil que yo muestre algún síntoma de plena felicidad.
Todos nos movilizamos al escuchar el timbre de la puerta. La vieja Simona se apresuro a abrir, y ahí estaba ella, una mujer morena, de mediana estatura, sus ojos negros parecían llamear de tanta vida que irradiaban, su cabellera lisa y negra. Le dimos la bienvenida entre saludos y sonrisas, invitándola a pasar a lo que seria su casa durante los siguientes días. Roberto y yo nos dispusimos a llevar su equipaje a su habitación de huésped en la planta alta, junto a la recamara de Carolina.
Autor: Martín Guevara Treviño
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