La tensión en el rostro de los policías era tal que se podía percibir el miedo en el ambiente. Cada uno de los uniformados no debía perder detalle, esperando que esa astuta mujer pudiera salir de cualquier rincón y tomarlos por sorpresa. La voz del conteo que realiza el Comandante Josué Balbuena es lo único que parte el silencio del lugar. Esperando inútilmente que a puerta de la cabaña se abriera y la asesina se entregara a la justicia.
—Nueve… Diez… —La voz del Comandante calla.
Todos sorprendidos, ante la falta de respuesta, y con la mirada fija a la puerta que esperaban se abriera.
—¡Se lo advertimos, señorita Doria! —Las últimas palabras que pronuncia el Comandante ante el magnavox.
Josué Balbuena, seguido por sus subordinados, se dirige a la entrada, con un movimiento violento abre la puerta de la cabaña. El viento que se cuela al abrir la puerta, levanta los pétalos rojos de rosa que esparcidos hacían un tipo de alfombra.
El Comandante penetra al interior con el arma en prevención, tras él también entra el Agente. Con sus miradas recorren el recinto. Las paredes tapizadas con fotografías de la modelo Kenny Doria. En distintos puntos de la habitación existían pequeños altares a estas fotografías, pedestales con velas encendidas y el suelo con pétalos de rosa. Su sorpresa fue encontrarse sobre la cama como una sábana de pétalos sobre los cuales yacía el cuerpo de Kenny Doria, recostada, inerte, sin vida. Cerca de su mano caía un frasco de medicamentos, mientras que sobre la cama un vaso de agua volcado indicaba que la mujer se había suicidado.
—Llegamos tarde —fueron las primeras palabras del Comandante Balbuena.
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