Esta noche es Nochebuena
y mañana, Navidad.
Todos saben ya las rimas,
no las voy a recitar.
Y ande, y ande, y ande.
Jesucristo era un jipi de guitarra en mano y caseta de campaña compartida. Un vividor que predicaba dando el visto bueno de los aspectos más negativos de la vida. Un profeta, dicen, que nació en una noche como esta. De ahí el poner el niño Jesús en el portal de Belén a las doce de la noche del veinticuatro de diciembre.
Un jipi, sí. De esos de barba, pelo largo, juergas constantes y vida callejera. De esos de viajar de un lado a otro, sin rumbo fijo, nada más que adonde los lleven la curiosidad, el viento, la impaciencia, la esperanza de encontrar un mundo favorable. Todos buscan un mundo mejor, todos, cristianos, católicos, ortodoxos, musulmanes, budistas, todos. ¿Quién no busca un futuro para sí mismo? Un mundo en el que no haya peleas, ni muertes injustas, ni prohibiciones incoherentes como las que tenemos hoy en día.
En fin. En nombre de Jesucristo todos celebran esta noche, las familias se reúnen, se cena en conjunto, se cuentan chistes, se echan unas risas, se toman unos licores, se brinda, se charla, se mantiene el hilo de la vida durante toda una noche, y los malos rencores, los problemas familiares, las pasiones quedan a un lado durante unas horas de reunión.
En la mesa del salón se encuentran, elegantes, colocadas en perfecto orden y armonía, esperando a que todos vayamos en su busca, en su ayuda, en su atención, todas las bandejas de turrón, de polvorones, de jamón, de queso, de caña de lomo, de picos, de pan, todos los vasos, vacíos, esperando ser llenados por algún líquido exquisito, llámese Coca Cola, llámese Fanta, llámese Jerez, llámese Manzanilla, llámese Moscatel. Una cena deliciosa, cargada de trabajo y esmero, nos espera en la cocina, se está terminando de dar los últimos toques sabrosos al menú. Todos charlan, ven en la tele alguno de los programas de turno que dan en esta noche, todos buscan un tema agradable de conversación, tratando de evitar esos temas tabú como son el mal trabajo, el sueldo, los problemas económicos que arrasan ahora mismo nuestro país. Sentados en el sofá, expectantes, atentos a la programación televisiva, están el abuelo materno, vestido de camisa blanca y pantalón negro, zapatos negros y sonrisa abierta; el paterno, vestido de rebeca marrón y pantalón de pana, a su estilo bien marcado, y facciones serias, marcadas, por su parte, por el carácter de su ser. El pequeño de la familia merodea entre nosotros, pregunta a uno, pregunta a otro, y recorre los pasillos de la casa corriendo. Los padres están en la cocina terminando de dar su punto al menú, como dijimos. Y el resto de los invitados esperan, ansiosos, hambrientos, sedientos, impacientes, la llegada del delicioso plato secreto. Entre ellos, por qué no, estoy yo, impaciente, sediento, hambriento, ansioso, secreto.
Comamos en paz, dividamos las raciones. Pensemos en lo bueno que nos da la vida, dejemos, pues, lo malo atrás. Jesucristo era un muerto de hambre, un mendigo, un vagabundo. Nosotros no lo somos, pero nos da igual. Todo el mundo piensa lo mismo, en comer, en disfrutar, en estar en compañía de su familia, sin preocuparse por los demás. El resto del mundo nos parece indiferente. Les pasa a todos, y al que no le pasa, sufre. Yo sufro… pero así es el hoy, ojalá el mañana sea diferente. Comamos, bebamos y gocemos: tras la muerte no habrá ningún placer…
Feliz Navidad…