No me había percatado de lo lejos que me marchaba hasta que la noche de la víspera mi chica derramó la primera lágrima. Fue en ese momento cuando tuve la certeza de que me marchaba muy lejos y de que diez paquetes de tabaco no serían suficientes.
Quedamos a las ocho y media en la estación de servicio de Bullas, en la explanada de la “Fortaleza” antiguo discobar que cerró sus puertas y que soporto largas noches de jolgorio. Nuestra intención era pasar la noche del miércoles 23 en Murcia, alojándonos en el piso que habitaba en mi época de estudiante.
A esas horas la autovía que iba de Bullas a Murcia estaba casi vacía y la tarde, ya avanzada, iba cediéndole paso a la noche. Siempre se ha dicho que la peor hora de conducir es en los momentos del amanecer y el atardecer. Pero nosotros dejábamos el sol a nuestra espalda y el crepúsculo daba un toque místico al paisaje con tonalidades anaranjadas y un cielo arrebolado.
Fue una noche tranquila donde los ocho aventureros dormimos como pudimos en el escaso espacio que nos ofrecía el habitáculo. El autobús hacía el aeropuerto salía a las siete de la mañana y queríamos descansar. Lo único que recuerdo de aquella noche es que solo dormí dos horas y que el silencio del piso contrastaba con el sonido del frigorífico y los ronquidos de mi camarada Alfonso David (apodado Oso desde ese instante).
Cuando sonó el despertador a las seis de la mañana, el piso se convirtió en un constante transito de maletas y personas soñolientas. Abandonamos el piso y nos dirigimos a la estación de autobuses de Murcia. La calle estaba desierta, tan sólo se escuchaba el golpear de nuestros zapatos, el sonido que emiten los gatos callejeros rebuscando en la basura y los primeros pájaros, que madrugadores, comenzaban a recorrer las calles de la ciudad sin obtener un mísero árbol donde posar su plumaje.
Una vez en la estación, entramos en bandada en una cafetería donde desayunamos una especie de café con leche, después de eso pude fumarme el segundo cigarro de la mañana.
El autobús llegó puntual y el recorrido se nos hizo corto, en parte porque pasamos los tres cuartos de hora de trayecto durmiendo. El aeropuerto de Alicante solo dispone de una terminal de embarque, por lo que no nos resultó difícil encontrar el puesto donde debíamos facturar las maletas. Estaba cerrada y nos tumbamos en el suelo a esperar. Yo aproveché la espera para hacer varios viajes a la calle y disfrutar de la soledad de mis cigarros.
Cuando por fin facturamos las maletas, disponíamos de dos horas hasta la salida del avión y los dedicamos a recorrer el aeropuerto y almorzar en algún bar cuyo precio no rozara lo excesivo, cosa que fue difícil de encontrar.
A una hora de que saliera el vuelo decidí tomarme las pastillas que me consiguió mi novia del herbolario en el que trabaja. Ella me recomendó dos pastillas así que decidí tomarme cuatro de aquellas “Valerianas” para superar, momentáneamente, mi miedo a volar. También recuerdo que mi enfado fue monumental al enterarme que habían eliminado los espacios para fumadores en el aeropuerto, por lo que me vi obligado a fumar a escondidas en los servicios como un colegial.
Llegó la hora de la salida y estando los ocho en el avión todo estaba listo. No queriéndome explayarme más en este tema, en parte porque mi nivel de sedación era máximo y no recuerdo nada del vuelo, me dispondré a presentarles a los componentes de este viaje:- José María (El Sema)
– Pedro Julián (El Zon)
– Alfonso David (El Oso, Poter, Alf, cualquier cosa que sea graciosa y dulce)
– Pedro (El Petrol)
– Antonio (Lorca “El sevillo”)
– Juan José (Juanjo)
– Borja (El Foli)
– Yo (El Perita)
Una vez hechas las presentaciones, solo decir que al final llegamos a holanda y del vuelo no recuerdo prácticamente nada, solo el despegue, pero he decidido olvidarlo.
Lo primero que hicimos al pisar suelo Holandés fue ir a recoger las maletas. Estábamos nerviosos, pues el hecho de que nuestro equipaje se hubiera perdido en el aeropuerto hubiera sido una verdadera “Putada” (perdón por la expresión). Al final todo salió bien, tan solo un pequeño sobresalto por la tardanza en salir de las maletas de Sema y Juanjo.
Antes de marchar al hotel, mis camaradas decidieron darme una tregua, por lo que salí a la calle a fumar un cigarro. Allí nos echamos las primeras fotos y aprovechamos la ocasión para fotografiar a dos bellas jóvenes que pasaron por nuestro lado y respondieron a las fotos con una pícara sonrisa.
El ingles es un idioma que ninguno de nosotros dominamos al completo, tan solo frases cortas que no consiguen sacarte de ningún apuro. Pero fue suficiente para comprar los billetes del tren que nos llevaría al centro de Ámsterdam. Anécdota de novatos fue que el tren tenía dos pisos y misteriosamente atribuimos el piso inferior a la primera clase y el superior a la segunda, cosa totalmente estúpida por nuestra parte, ya que no había clases en ese tren y todos los vagones eran iguales. Al final acabamos los ocho en una especie de pasillo con el hueco justo para respirar. Allí empezó la primera discusión sobre si habíamos tomado el tren correcto o no… Por suerte, a nuestro lado viajaba un joven de Portugal que llevaba tres años viviendo en Holanda y nos indicó que habíamos tomado el tren correcto. En ese instante me relajé por completo y comencé a disfrutar de mis primeras horas en Ámsterdam. El tren avanzaba emitiendo una especie de silbido al pasar sobre los raíles. Por las ventanas los primeros canales contrastaban con el verde paisaje.
Llegamos a la estación central construida desde 1889 por el arquitecto “Cuypers”. La estación central fue construida sobre una isla artificial situada sobre 8657 pilotes de madera (Ni más ni menos). Su estilo mezcla motivos del Neo-renacimiento y el neo-gótico. Da una gran impresión su fachada de color granate donde descansan dos torres: una a la izquierda que indica la dirección del viento y otra a la derecha con un gran reloj. Más tarde nos enteramos que cuando se construyó hubo un mal estar general por parte de los ciudadanos, ya que les quitó un hermoso panorama sobre el puerto.
Salimos en avalancha dirección del hotel, no sin antes quedarnos boquiabiertos por las primeras vistas de la ciudad, lo cual era un presagio de la gran semana que nos esperaba.
Llegamos al hotel “Hotel continental” para más información, y tras otro intento fallido de mostrar nuestro ingles, conseguimos coger las habitaciones empleando una especie de Spaninglis con el recepcionista. Habíamos reservado tres habitaciones, dos de tres camas y una de dos. Nos separamos en tres grupos, por un lado El Foli, Pedro Julián y el Sema. Por otro, Juanjo y Alfonso David y por último, Petrol, Lorca y yo.
El primer grupo tuvo la mala suerte de alojarse en una especie de palomar situado en la cima del edificio, cosa que el martes cambió y los bajaron al primer piso.
El hotel no era un palacio, por decirlo de alguna manera, pero a nosotros nos bastaba con sus escaleras estrechas y laberínticas y unas vistas preciosas al centro de la ciudad, a sus canales y al mayor coffeshop de la zona. Todos los edificios presentan esa estructura, suelen ser viviendas estrechas y de poca altura, debido a la gran cantidad de población y a la poca estabilidad del suelo.
Con las maletas medio desechas y el estomago vacio (Eran las dos del mediodía cuando llegamos) bajamos a la calle para comer. Dimos un leve paseo por los alrededores deleitándonos por la gran cantidad de ofertas para comer, pero al final y todo sea por tener un toque familiar y económico, acabamos comiendo en un Macdonals.
Después de comer teníamos idea de recorrer la ciudad y visitar algún museo, pero cometimos el gran error o el gran acierto, depende de cómo se mire, de adentrarnos en un coffeshop y deleitarnos con la oferta que ofrecen dichos antros. Se llamaba “Hill Street Blues” ya de por si el nombre nos invitaba a pasar. Era un bar con poca iluminación y con tres sofás al fondo, junto a una ventana pegada a uno de los canales de Ámsterdam. Sus paredes estaban completamente desbordadas de garabatos y de las firmas de todos los viajeros que la habían visitado. No se servían bebidas alcohólicas así que cada uno se pidió algún brebaje, yo opté por una tónica.
Nos acomodamos en los sillones. Una de las ventanas estaba abierta dejando pasar una gélida brisa y los despiadados rayos de sol de la tarde. Pero antes de acomodarnos, hicimos una visita al herbolario de la entrada y con las finas hierbas en nuestras manos pasamos una tarde de declive sobre los sillones. A los pocos minutos todo era una gran carcajada.
Olé ese Diario de un AX! Ya lo esperaba. Desde que anunciaste de qué iba a tratar lo espero con ilusión. Ha sido un momento muy divertido el leer este fragmento del relato, supongo que todo él real. Felicidades, camarada, espero que te lo pases bien por aquellas tierras!
Un abrazo.
Jorge
De cojones tio! para cuando el tercer capitulo? acho que sedao que ibas en el avión!