¿Cuál es el tipo de de familia y de cultura familiar que estamos en vías de romper?
Heterosexual, nuclear, patriarcal, monógama, la familia que heredamos del siglo XIX y mediados del XX estaba investida de una gran cantidad de misiones.
En la conjunción de lo público y de lo privado, esferas groseramente iguales a los roles de los sexos, la familia debía asegurar la gestación de la sociedad civil y de los «intereses particulares», cuya buena andadura era escencial para la estabilidad del Estado y el progreso de la humanidad. En aquellos tiempos de capitalismo en gran medida familiar, aseguraba el funcionamiento económico, la composición de la mano de obra, la transmición de los patrimonios.
Célula de reproducción, proveía niños que, por intermedio de las madres-maestras, recibían una primera socialización a través de la exploración rural o del taller artesanal, los primeros aprendices La familia, en fin, formaba buenos ciudadanos y en una época de espansión de los nacionalismos, patriotas conscientes de los valores de sus tradiciones ancestrales.
Sobrecargada de tareas, la familia se erguía triunfal y triunfante. El Estado poco intervenía, pero se preocupaba cada vez más por ella, controlando particularmente a las familias populares, sospechosas de no cumplir bien su papel. Si la familia no actuaba como policía, entonces el Estado empleaba la suya.
Esa familia santificada, celebrada, fortalecida, era también una familia patriarcal, dominada por la figura del padre. En su seno, él era la honra, por lo que le daba su nombre, era el jefe y el gerente. El padre representaba y encarnaba al grupo familiar, cuyos intereses siempre prevalecían sobre las aspiraciones del resto de la familia. Mujer e hijos se subordinaban a él rigurosamente. La esposa estaba destinada al hogar, a los muros de la casa, a la fidelidad absoluta. Los hijos debían someter sus elecciones (amorosas y profesionales) a las necesidades familiares.
Las uniones privilegiaban las alianzas al amor, por lo que la pasión se consideraba fugaz y destructiva. Para las muchachas, vigiladas siempre de cerca, no había otro camino que el casamiento y la vida casera. Los propios trabajadores sólo reconocían a las mujeres el derecho a al trabajo en función del sustento delos hijos y de las necesidades de la economía familiar.
Nudo y nido, refugio cálido, centro de intercambio afectivo y sexual, barrera contra la agresión exterior, encerrada en su territorio, la casa, protegida por el muro espeso de la vida privada que nadie podía violar; pero también secreta, exclusiva, cerrada, normativa, palco de incesantes conflictos que tejían una intriga interminable, fundamento de la literatura romántica del siglo XIX… todo esto representaba el hogar.
Las rupturas a las que asistimos hoy, son la culminación de un proceso de disociación iniciado hace ya mucho tiempo ligado, en particular, al desarrollo del individualismo moderno. Un inmenso deseo de felicidad vió la luz, esa felicidad que el revolucionario Saint-Just consideraba una idea nueva en Europa (ser uno mismo, escoger la profesión, la actividad, los amores, la vida) se apoderó de cada uno… especialmente de las clases más dominadas de la sociedad: las mujeres y los jóvenes.
(Continuará).