(vimos que había desaparecido, a si que temimos que la brigada se lo habia llevado para reinsertarle en la nueva sociedad de ineptos.)
Aquel extraño licor sirvió de combustible para mi cuerpo templando todos mis sentidos. Me sentía un extraño en un mundo cambiado. Doc me dedicaba punzantes miradas de soslayo mientras que Fernando seguía sentado en su sillón gozando de cada nueva calada que le ofrecía la pipa. Me di cuenta que su aspecto tunante contrastaba con unos aires de cultura sobrecogedores.
— Supongo que tendrán algún plan para acabar con todo esto ¿Por qué no vamos a hacerle una visita al tal Ortiz y le partimos la cara?
— No diga sandeces “animal de bellotus”, aunque lo intentásemos no podríamos acercarnos ni veinte metros de Ortiz sin ser detenidos. Sólo hay una forma de acabar con esta historia, cuya meticulosidad requiere un alto grado de inteligencia.
— ¿De qué se trata?
— Como todo buen gigante, Ortiz tiene un talón de Aquiles, se trata de una antena receptora que se encarga de recibir y transmitir todas las señales a los satélites. Si consiguiéramos destruirla podríamos interrumpir la emisión durante unos minutos, antes de que la señal se recupere por un canal de frecuencia auxiliar.
— ¿Y eso de qué serviría? Simplemente apagaríamos el problema durante unos pocos minutos
— Ahí es donde entra la lógica amigo mio, si consigo llegar hasta esa frecuencia auxiliar podría piratearla y conseguir tener todo el poder de emisión hasta que me detuvieran, pero con un discurso apropiado conseguiría que la gente recapacitara y se volvieran en contra de Spinely, es decir, la tele es nuestra enemiga y con ella la autodestruiremos.
— Yo tengo conocimientos de detonación, estuve trabajando en el ejército durante más de diez años
— Ya lo se, ¿por qué otra razón piensa que estuve cuidando de usted, por amor al arte?, por cierto, creo que debería quitarse ese absurdo pijama o le darán el premio al hortera del año. Tenga su ropa, la tenía guardada para cuando despertara- sacó de un cajón los vaqueros y la camisa roja que llevaba hace cinco años, al entregármela sentí como me mordían los afilados dientes del pasado.
— ¿Dónde podría cambiarme?
— ¡Hay dios mío con la princesita! … pase usted a esa habitación y oculte sus paños menores de este par de mozos en celo —Doc y Fernando se miraron y sonrieron, los dos parecían disfrutar de todo esto. En mi mirada se aprecio durante una milésima de segundo un coletazo de furia.
Entré en la habitación contigua donde me deshice de aquel pijama azul, embutiéndome en los vaqueros y la camisa. Noté un pequeño bulto en el bolsillo derecho y metí la mano. Cuando mis dedos palparon aquello, sentí una extraña sensación febril y evocadora de lo antiguo, se trataba de la esclava que un día le regale a Laura. Salí de la habitación como un rallo, y puse la mano con la esclava ante la cara de Fernando.
— ¿De dónde ha salido esto?
Continuará…