—No puedo creer este brutal asesinato en este pequeño poblado aparentemente pacifico —comenta Osorio.
—Pobre muchacha. Sólo contaba con diecinueve años.
—Comandante, entre los datos reunidos sobresale que era la joven más asediada del pueblo. Tal vez algún enamorado frustrado quiso vengarse por su desprecio.
—Me preocupa la forma en que murió.
—¿Se refiere a lo atroz, a lo salvaje que fue?
—Nadie había cometido un crimen tan despiadado. A excepción de la difunta Kenny Doria.
—Un imitador. Tal vez alguien que este obsesionado con los crímenes de la modelo Doria. Ya ve que el TV se le dio mucha difusión al caso.
40.
La mañana era clara y pacifica, en el pueblo todo estaba tranquilo. La detective Lucero camina sobre la banqueta hasta llegar a la parroquia del pueblo, encontrándose con cintas de seguridad colocadas por a policía. Entra, resonando sus pisadas por el interior de la capilla solitaria, llega frente al altar. Tras ella aparece un sacerdote.
—¿Puedo ayudarte en algo, hija?
—Anoche se cometió un crimen en este lugar. Eso es lo que me trajo hasta aquí —menciona Lucero.
Percibe el nerviosismo inmediato del cura, se escuchan ruidos en las puertas, llegan hasta ellos el Comandante y el Agente.
—¿Qué hace esta mujer aquí? Esta prohibido el paso a civiles en cuanto la policía realiza las investigaciones.
—Soy la detective, Lucero. De la agencia de detectives internacionales.
—Esta es la casa del señor —dice el sacerdote. —Todos pueden entrar a la hora que quieran.
—Pero no ahora —reprende Balbuena. —Estamos por resolver un asesinato. Usted señorita, no debe estar en este lugar.
—Se equivoca, comandante. Los padres de la víctima solicitaron mis servicios.
El semblante de furia se dibuja en el rostro del Comandante, mientras el agente lo tranquiliza tomándolo del hombro.
—Mejor pongámonos a trabajar —dice Osorio.
La pareja de policías se internan en las habitaciones de la parroquia.
—¿A dónde se dirigen? —interroga al cura.
—Van hacia el lugar donde pereció la víctima.
—¿Cómo sucedieron las cosas, Padre?
—No lo se. Encontré el cadáver y di parte a la policía.
—¿Cómo es posible que usted no se diera cuenta? ¿No escuchó gritos, voces de auxilio?
El sacerdote queda en silencio con la mirada llena de miedo, trata de controlarse frente a la detective. Lucero observa a su alrededor y logra ver cerca del pasillo una silla de ruedas vacía. Clava la mirada en los ojos del sacerdote.
—Dios así lo quiso —susurra el sacerdote.
Lucero sacude la cabeza con inconformidad y se dirige sin decir nada hacia donde se encontraban los policías.
41.
Nora toma las llaves del llavero pegado a la pared, su departamento se encontraba iluminado debido a las cortinas recorridas en las ventanas dejando penetrar la luz del día. Escucha el timbre a la puerta, abre sorprendida de no ver a ninguna persona en su puerta, como si un fantasma hubiese llamado. Voltea su vista al suelo y un escalofrío recorre su cuerpo al ver tirada una rosa blanca en botón como recién cortada.
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