Se apagan las luces, se sube el telón. Aparece con aspecto cansino, con la mirada triste, como si arrastrara toda la inmundicia del mundo. Comienza a parpadear uno de los focos, se escucha la respiración, el humo, los vasos. Un leve susurro emerge del saxofón, brillante, reflectando las luces multicolores de los focos. Aquel sonido es tan triste como sus ojos, todo el público se estremece. Entonces su cuello comienza a hincharse, el saxofón cobra vida y el hombre que lo toca se ve embargado por una felicidad inaudita. El sonido parece que puede con él. El saxofón oscila entre el suelo y el techo. La gente enloquece. El hombre cae de rodillas alzando el saxo a los cielos, lanzando el sonido hacía el firmamento. Entonces todo cesa. El hombre, el sonido, el público, vuelven a estar tristes. Al bajarse del escenario, con la funda del instrumento bajo el brazo, el hombre se aleja en la noche, perdiéndose en la bruma, buscando los bajos de un puente donde poder ahogar sus penas. Sale la luna y la ciudad queda sumida en el ritmo triste de aquel hombre, de aquel Jazz.
Como siempre, grandes palabras de un gran hombre. Por cierto, pillate este libro: «Ya solo habla de amor». Es de un tal Ray Loriga, del que no he leido nada, la verdad. Me lo presentaron con una frase interesante: «Cuenta la historia de un hombre vencido por el amor, que espera que alguien lo rescate de la barra de un bar». No se si sera bueno, pero solo por la frase merece la pena darle una oportunidad. La editorial es alfaguara. Bueno nen, nos vemos en los bares.
Tiene unas críticas buenísimas en el New York Times tanto el libro como el escritor. Aunque solo esa frase, potro, ya hace que queramos leerlo.