¿Cómo se doma al amor? Es una pregunta que siempre muchos nos habremos hecho alguna que otra vez en nuestras vidas, más o menos largas, más o menos intensas, con más amor o con menos, pero siempre con esa pregunta cargando a nuestras espaldas, como si de un pesado saco de cemento se tratara. ¿Qué hay que hacer para que el amor nos haga caso? No tanto para que nos haga caso, cuanto para que nos obedezca, pues eso es realmente lo que queremos al hacer esa pregunta: ansiamos decir al amor, ven a mí, y ansiamos, por ende, que el amor venga. Nos ha ocurrido eso muchas veces a todos, o al menos a casi todos los seres con corazón enamoradizo –hombres, en definitiva–.
Así estaba yo aquel día, buscando respuestas al amor, empezando a sumergirme en el arte de amar y haciéndome una y otra vez este tipo de preguntas, que muchas veces no tienen sentido, pero que otras muchas sí que se puede encontrar. El amor hay que saber manejarlo, saber hablarle, saber domarlo, saber hacer que nos obedezca. Si respetamos al amor, si lo queremos, nos querrá, nos respetará, y hará lo que nosotros queramos. Por ejemplo, diremos a nuestra chica, ven conmigo, bésame, abrázame, ámame, y nuestra chica nos amará, nos abrazará, nos besará y se irá con nosotros. Eso es el amor, en eso consiste, en eso se basa.
Lunes, amores, frases consabidas. Todo aquel que se quiera dejar guiar, que aprenda de ellas.
“Él es, desde luego, arisco y de tal ánimo que muchas veces se revuelve contra mí, pero es un niño y su edad es dócil y propia para dejarse guiar”.
Ovidio (principio de Ars Amatoria).