Toda la tarde pase imaginando su rostro, apague la televisión, pues no encontré seguir el hilo de la teleserie, abrí mi cuaderno de notas y hojee pasando por dibujos deformes, colores pero que niño de preescolar, y poesía tan simple que después de releer me daban ganas de romper las hojas pues me parecía estúpido, como si hubiese pasado por un sopor de enfermedad al momento de escribir.
Escribí dos páginas sobre ella, la describí, y guarde entre el cuaderno el papel sonde escribí su número telefónico, no pude llamarle, mi servicio llevaba dos días con recorte.
Tome una tarjeta telefónica que estaba sobre la mesita de centro y salí al teléfono público de la esquina de mi calle, marque decidido, una voz dulce y simple me contesto en el intercomunicador. Nos citamos en el mismo café de la tarde. Regresé a casa ansiando la noche para la cita.
Saqué de mi guardarropa la mejor vestimenta que podía lucir, un pantalón negro, una camisa blanca, un saco confortable y combinado para la ocasión y una corbata de ceda, la única en mi haber, prepare el baño para darme una ducha fría y del frasco de fragancia con un poco de contenido, lo justo para la ocasión.
Frente a mi espejo me sentí como un adolescente en su primera cita, tratando de galantear ante la futura conquista, lustre mis zapatos para causar una buena impresión, y me arroje sobre el sofá con el control remoto en mi mano pasando por los canales televisivos en espera de la cita. Faltaban aún cuatro horas para el momento indicado.