El 13 de diciembre de 1981, Marek fue arrestado. Para su sorpresa, lo liberaron una semana más tarde. Un funcionario de Lodz le dio esta curiosa explicación: “Es incómodo para cualquier gobierno mantener encerrado a un símbolo”.
Su liberación, junto con las palabras del funcionario, generaron confusión en Marek. Sin embargo, él sabría el por qué de su pronta liberación: estaban reservándolo para el espectáculo con el que Jaruzelski trataba de convencer al mundo de que se había convertido al credo democrático.
En diciembre de 1982, el gobierno polaco atenuó su rutina de represiones y ordenó reconstruir a todo trapo la vieja sinagoga de Varsovia, que los nazis habían habilitado como establo.
El 19 de abril debía comenzar una semana de conmemoraciones: los cuarenta años de la sublevación del ghetto. Miles de invitaciones fueron despachadas a todas partes. Marek Eldesman era, por supuesto, la figura estelar de la fiesta, el personaje al que todos querían ver.
Unico sobreviviente de los feroces combates en las cloacas de la capital, resumía por sí solo, la memoria de los 400 mil muertos. Marek representaría a cada uno de los muertos.
Pero Marek dijo que no. A fines de marzo envió una esquela inapelable al jefe de gobierno: «Fui uno de los que en 1943 se batió no sólo la vida sino ante todo por la dignidad y la libertad. Celebrar este aniversario bajo un régimen de opresión social que falsifica todas las palabras y los gestos, sería una traición a nuestras luchas, un acto de cínico desprecio a nuestros muertos. No lo haré. No seré cómplice».
(Continuará).