Y allí, en mitad de la nada, en aquel lugar donde el horizonte no se puede divisar, en aquel espacio eterno que nos había dejado la vida misma ante nuestros ojos, pudimos ver, tú y yo, nosotros, la cantidad de cosas bellas y al mismo tiempo buenas que tiene nuestro pequeño rinconcito del mundo. Allí, en medio del atardecer, con el sol escondiéndose allá al fondo, pudimos sentir, tú y yo, nosotros, cómo se nos encogía el alma, cómo nos soltaban las alegrías y nos agarraban las emociones, y supimos, entonces, que estábamos en el segundo día de la semana, y que nada escapa a la belleza, que ésta tiene que ser contemplada. Entonces, tras contemplar aquel instante, nos dimos cuenta de lo que éramos, de lo que somos y de lo que seremos de ahora en adelante. Comprendimos, luego lloramos.
“La belleza de cualquier clase en su manifestación suprema excita inevitablemente el alma sensitiva hasta hacerle derramar lágrimas”.
Edgar Allan Poe.