Amanece una ciudad sumida de melancolía. Llueve, monotonía de lluvia sobre las aceras, sobre los edificios, sobre los parques, sobre las personas. Una leve bruma salpica los rascacielos, devorando cual ladrillo se encuentre a su paso. Desde mi coche persigo con la mirada las gotas de agua, que como pequeños renacuajos, se deslizan a lo largo del cristal desapareciendo en la nada. Sonido de parabrisas, de paraguas abriéndose paso entre un diluvio de paraguas. Sobre la acera veo derretirse la hilera de periódicos, correctamente colocados en su estandarte para el disfrute de los andantes. Ahora sólo es un puñado de papel mustio con su tinta corriendo hacía las alcantarillas. Bajo la ventanilla dejándome mojar por la lluvia, poco a poco mis manos se van arrugando. Pitidos, la calle se colapsa de coches que vomitan su humo sobre el mojado asfalto. Asfalto que por un día vuelve a recuperar aquel brillo de antaño con pequeñas volutas de aceite naufragando a la deriva. Gente agazapada en los alfeizares de las ventanas, alcantarillas reventadas, parques vacios, arboles que cantan el silencio de los pájaros, cafeterías llenas, calor de la calefacción, sonido de lluvia.
Como mola la lluvia, me pregunto como algo tan sencillo como el agua que cae del cielo puede traer tantos sentimientos con ella.
me encanta la lluvia!