Buenas tardes, bienvenidos una semana más a nuestra sección ya establecida para todos los jueves, nuestras Citas Caprichosas, en las que reflexionamos acerca de temas de diversa índole en base a frases encontradas entre los legados de algún escritor literario. Esta semana, contamos con una cita recogida de un libro que dentro de unas semanas aparecerá comentado en su debida sección –la de las recomendaciones literarias–, un libro titulado Tristana. Su autor, como conocerán muchos que hayan leído la novela, es Benito Pérez Galdós.
De lo que os voy a hablar hoy es de algo que me inquieta sobremanera desde hace ya unos años, un tema que siempre me ha resultado interesante y siempre he sabido que da para una gran charla y, acompañado de ella, un amplio debate. Se trata de todo lo que hacemos durante nuestra juventud, durante nuestra adolescencia, y la relación que estas acciones tienen con la niñez de cada uno.
Se podrían decir muchísimas cosas acerca de este detalle tan pequeño, pero sin embargo tan profundo, que vive aún en todos nosotros que somos jóvenes, y también en el espíritu de todos aquellos que han entrado en edad más avanzada y recuerdan sus momentos de juventud, que al fin y al cabo son todos. Pero sin duda una de las cosas que puedo decir sobre este tema es que yo mismo, cuando actúo de una determinada manera, aunque a veces me equivoque con mis actos, soy consciente, una vez que lo pienso, de que hay cierto detalle de niñez dentro de cada acción. Eso es así, no podemos remediarlo a veces, otras veces quizá sí, pero yo creo que por lo general todas nuestras acciones, buenas y malas, tienen un profundo contenido de nuestra niñez.
A la gente, por ejemplo, que se siente mal con su propia vida le puede corresponder, como diría Freud, algún trauma de su infancia, alguna espina clavada en la parte más hundida del iceberg. Y por su parte, a la gente feliz, a cada una de las personas que se sienten plenamente satisfechas por su trabajo, por su cultura, por su personalidad, por su modo de ver las cosas, a todas esas personas les corresponde, por seguir el mismo camino citado, haber tenido una infancia feliz, de esas que todos añoran alguna vez, y que si no la añoran por no haberla tenido, desean haberla vivido.
Sin embargo, ahora que somos más maduros –aunque de vez en cuando nos sintamos como niños o como tal nos comportemos– y que sabemos más acerca del mundo que nos rodea, podemos darnos cuenta de que hasta los detalles más insignificantes de nuestras acciones tienen un sentido que en nuestra niñez ya existía. Pero hasta en momentos que un niño no puede vivir, muchos nos sentimos como si estuviésemos reviviendo nuestra infancia, porque nos sentimos felices, porque nos sentimos inocentes y protegidos por otra persona, porque nos sentimos capaces de cualquier cosa a su lado. Por cualquier tipo de motivo, creo, nuestros actos no dejan de tener trasfondo de niñez. Al fin y al cabo, niños seremos hasta que de ello no nos acordemos.
“Las inclinaciones juveniles tienen siempre un cierto airecillo de juego de muñecas”.
Benito Pérez Galdós, en Tristana.